lunes, 20 de febrero de 2012

Los viajeros del Este

Esta será la primera aventura secundaria. En ella se narran los sucesos en el Este en un periodo casi paralelamente inmediato a lo ya narrado en la academia Lohur.





10 años antes del Apocalipsis, Desierto del Este





Edem estaba condenado, pero nadie descubriría la gravedad de la situación hasta que fuera demasiado tarde… El Apocalipsis estaba destinado a suceder, ¿pero que llevó a que sucediera? ¿Tuvo alguien la oportunidad de evitarlo?Pequeñas señales empezaron a surgir por todo el mundo. Indicios sigilosos que anunciaban a gritos el fin de la vida.
El primero de todos ellos... Fue encontrado en el Desierto del Este. Semanas después del robo del Necronomicon, justo cuando el joven gigante Stylon estaba a mitad de camino de la Torre del Norte para ver que le había sucedido a su clan, llegaba una alarma desde Bong Dhaget, la capital del Este, las tierras desérticas de Edem, a Ciudad Capital. Por algún motivo, el suministro de agua que fluye por los acueductos bajo el desierto ha dejado de manar, poniendo en peligro todo el país, que depende por completo de esta agua. Un grupo fue enviado para investigar esto y solucionarlo. Ellos fueron los primeros testigos de lo que le esperaba al mundo.

MAIRA
Sobrevolaban en ese momento la fabulosa ciudad de Bong Dhaget a bordo del dirigible de Palacio. Estaba maravillada con lo enorme y hermosa que era la urbe. Era la única ciudad del vasto desierto, mas allá las calurosas arenas del Este tan solo eran habitadas por bestias y asentamientos nómadas. La ciudad crecía bajo ellos, repleta de laberínticos y estrechos caminos. El sol hacia que las fachadas de sus edificios blancos brillasen, y arrancaba destellos dorados a las cúpulas de los palacios. Bong Dhaget era un lugar sencillo a su manera, pero en él habitaban muchos de los hombres más ricos de todo Edem. El puerto aéreo estaba junto en el centro de la ciudad, y era la única zona despejada dentro de sus muros, ya que en el resto de la ciudad los edificios crecían unos junto a y sobre otros por doquier. A pesar de todo, no lograba disfrutar del viaje. El calor era insoportable. No podía dejar de sudar, y la ropa se le pegaba a la piel. Era sensación muy desagradable. Sus compañeros no parecían nada preocupados por esto. Crista estaba en ese momento asomada con medio cuerpo fuera de la cabina, sin aparente miedo ante la caída. Gritaba emocionada ante lo que veía bajo ella.
-          ¡Guau! ¿Habéis visto eso? ¡Tienen tejados de oro! Nunca había visto un lugar tan grande, ¡es impresionante!
Entendía a la chica. Nunca antes había salido de Priscilio, la ciudad flotante. Tan solo la conocía desde hace unos días, pero desde entonces la chica le había hablado sin parar, y ya la conocía como si hubiese estado con ella un año. Desde que tenía uso de la memoria, Crista había crecido entre los ruidos de los motores de Priscilio. Al igual que todos sus habitantes, había sido educada en el arte de la mecamagia. La tecnología solo era permitida en Priscilio por orden del rey, y llevaba siendo así desde hace siglos. Priscilio era una fortaleza flotante sobre el Océano Central, y muy pocos podían visitarla, y menos aun abandonarla. Quedaba poca tecnología funcional por Edem, pero algunos de estos antiguos artefactos eran clave para la supervivencia de los habitantes del mundo. Un buen ejemplo de esto era la Maquina de Succión de agua del desierto, de la cual dependían los habitantes del este. Los ciudadanos de Priscilio eran los únicos con el saber necesario para repararla, y por eso la chica los acompañaba. Siendo una hija del hierro, como se les conocía en el resto de Edem, es normal que se sintiera fascinada por aquella vista, ya que incluso ella la consideraba arrebatadora.
-          Sí que lo es, pero no te asomes demasiado, a ver si te vas a caer – Maira no podía evitar sentir cariño por ella. Le recordaba a su hija. La agarró de la cintura y metió su cuerpo algo más dentro de la cabina, para que no la derribase un golpe de viento - ¿Echabas de menos tu hogar, Inflame?
-          Este no es mi hogar.
El elementoide de fuego se mantenía quieto, impasible, en mitad de la cabina del dirigible. Sus llamas crepitaban alrededor de su cuerpo rocoso, sin quemar nada a pesar de ello. Era imposible saber en qué pensaba, ya que los de su raza no poseen rasgos faciales. Sus llamas eran salvajes, de un fuerte color rojizo, lo que significaba que estaba en plena madurez. Con el calor que hacía, ella no se atrevía a acercarse a Inflame, a pesar de que podía hacer que sus llamas no prendieran nada, no podía controlar el calor que emitían.
-          Pero iremos hacia él. Si quieres podemos parar un tiempo para que veas a tu gente una vez acabemos con nuestra misión.
-          No sobreviviríais en el yunque ni cinco minutos.
Maira había oído hablar del yunque del sol. Era el centro del desierto, y su temperatura era tan elevada que ningún ser vivo era capaz de sobrevivir en él demasiado tiempo, excepto los elementoides de fuego. El lugar al que se dirigían estaba muy cerca del yunque, la zona del desierto conocida como superficie del sol, cuyo calor no era menos abrasador que en el yunque. Maira se mareó solo de pensar en el calor que debía hacer en esa parte del desierto. Trató de refrescarse echándose agua encima, pero solo ayudó durante un par de minutos.

El dirigible aterrizó en el puerto aéreo sin problemas. Había varios dirigibles más de comerciantes locales o mercaderes que visitaban la ciudad para comprar las exóticas mercancías del este y llevarlas a sus tierras. Pero ninguno se comparaba al grandioso y enorme dirigible de Palacio. Al verlos bajar del vehículo oficial, muchos los miraron con seriedad, otros con curiosidad, pero ninguno fue a darles la bienvenida. Maira no sabía si eran bien recibidos o no. Había oído que los extranjeros no eran muy populares para la mayoría de habitantes del desierto. Los llamaban los verdes, aunque no sabía cómo sentirse por ese apodo. Fueron a la entrada del puerto aéreo, un gigantesco arco formado por dos esfinges uniendo las garras delanteras. A pocos metros de esta, escucharon una voz que los llamaba.
-          ¿Son ustedes los enviados de palacio?
La voz tenía un acento extraño, pero hablaba su idioma. Todos en Edem sabían hablar la lengua común, aunque no fuese su lengua nativa. Quien habló era un hombre de ancho abdomen. Iba ataviado con una chilaba de color crema, que dejaba ver unas piernas increíblemente delgadas comparadas con su barriga. En la cabeza llevaba un pequeño gorro de color blanco que cubría poco más que su coronilla. El hombre sonreía ampliamente, con la boca perfilada por una fina barba bien recortada. Tenía las manos entrecruzadas y los miraba como si fuesen sus mejores amigos.
-          Si. ¿Eres el Kalim el mercader?
-          ¡Oh! – el hombre puso cara de asombro, aunque a ella también le pareció captar desagrado en su expresión - ¡No querría! ¡Soy Marrak Kesh, su… representante.
Dio la sensación de que la sonrisa del hombre se ensanchó aun más, si aquello era posible. Ella le tendió la mano, en muestra de amistad. Su papel era representar a la corona durante esta misión. Era diplomática, debía hacer que el nombre de lo que representaba quedara bien. El hombre se quedó mirándole la mano, y durante un momento pareció dudar, pero finalmente se la estrechó. No parecían gente muy sociable. Ella lo soltó, sintiendo que las manos le sudaban ahora incluso más que antes.
-          Mi nombre es Maira. Ellos son Crista e Inflame – señaló a sus amigos, los cuales saludaron, cada uno a su manera. Crista se inclinó en una reverencia torpe y nerviosa, Inflame hizo una leve inclinación de cabeza. – Venimos en nombre de la corona.
-          ¿Dos mujeres? ¿Por qué mandan a dos mujeres a cruzar el desierto? ¿El peso de la corona ha vuelto loco al rey?
El comentario la molestó, pero ya la habían preparado para ese tipo de comportamiento. Logró controlarse y mostrar una leve sonrisa diplomática.
-          Creo que los verdes os tomáis a broma la dureza del desierto. ¿O creéis que si fuese fácil ir a esa parte de la superficie del sol no habríamos ido nosotros ya?
Ella decidió dejar ese tema que no llegaba a ninguna parte, antes de que sus comentarios llegaran a ofenderla de verdad.
-          ¿Tenéis alguna información que nos pueda ser útil en nuestra misión?
-          Por supuesto… pero lo primero es lo primero.
Marrak adelantó su mano, dejando la palma hacia arriba. Le habían advertido que Kalim era bastante avaro, no le sorprendió ver que su representante se comportara de ese modo. Ella sacó una bolsa de cuero del tamaño de un puño y se la entregó. Nada mas cogerla, el hombre se giró y comienzó a contar a toda velocidad y en voz alta. Cuando acabó, volvió el rostro de nuevo hacia ellos, con su estúpida falsa sonrisa aun mas exagerada que antes.
-          Bien, bien. Como adelanto no está mal. Seguidme por favor.
Nuevamente reanudaron su marcha hacia la salida del puerto aéreo. Maira se acercó a Crista, dándose cuenta de que los hombres no paraban de mirarla de un modo… lascivo, o de desaprobación. La joven iba muy ligera de ropa, al contrario que el resto de mujeres con las que se cruzaban. Parecia que nunca hubiesen visto unos muslos y hombros. A esta preocupación se le unía otra a la que no podía dejar de darle vueltas desde que soltó el dinero. <He sido muy temeraria al darle el dinero tan rápido>, se decía una y otra vez. Marrak se paró justo tras la salida, que hace las veces de entrada, y les señaló una de las concurridas calles que nacen desde allí, la más ancha y por la que hay más gente.
-          Kalim os está esperando en la avenida principal. Distinguiréis su puerta en seguida.
Ella le dio las gracias, y el hombre se despidió sin perder tiempo, volviendo de nuevo a cruzar el arco para volver al puerto aéreo. Acto seguido escucharon un grito agudo.
-          ¡Maldito seas!
La voz era sin duda la de Marrak, aunque sin ese tono meloso que había usado con ellos. Instantes después Marrak volvió a aparecer bajo el arco, sujeto por el cuello por una criatura humanoide con piel reptiliana y cabeza de serpiente. Un nagah. Tan solo llevana un trozo de piel, a modo de los taparrabos que usaban los salvajes del norte, y una enorme hacha de doble hoja sujeta a la espalda por una simple cuerda que cruzaba su pecho. Maira nunca había visto uno, aunque sabía que vivían en las regiones del Este, pero no eran muy numerosos. El mercader no paraba de patalear y agitarse en vano, pidiendo a gritos que lo soltara. Cuando vio que esto no funcionaba, optó por otra táctica.
-          ¡Tengo dinero! ¡Te puedo pagar más de lo que te paga Kalim!
-          Eresss un esstafador de poca monta. No essstoy interessado en loss trabajosss que puedass darme – la voz del Nagah era fría, carente de sentimiento alguno. Su lengua larga y fina le impedía hablar de un modo correcto el idioma, aunque aun así lo hacía bastante bien.
-          ¿Quién es usted? – Maira estaba algo confusa ante la situación.
-          Sssoy Kobra, el guardaesspaldassss de Kalim el comerciante.
-          ¡Miente! – los gritos de Marrak eran cada vez más agudos. Su rostro comenzaba a tornarse rojo - ¡Ni caso, es un truhán mentiroso! ¡Detenedle pijos de palacio!
No sabía en cual confiar de los dos. Pero se le ocurrió algo.
-          Señor Kobra, este hombre tiene el dinero que le pertenece a Kalim. Devuélvenoslo y luego le acompañaremos al comercio de Kalim. Le pagaremos a él en persona.
Sin soltarlo, Kobra buscó la bolsa de dinero con la mano que tenia libre. Al encontrarla la lanzó a los pies de Maira, que la recogió. Contó las monedas de oro. Estaban todas.
-          ¡Yo no he robado nada! ¡Me disteis ese dinero libremente!
-          Por este acto podríamos aprisionarte. ¿Quieres que te llevemos con nosotros de vuelta? Las prisiones de palacio son muy acogedoras.
El hombre palideció. Era lo que ella esperaba, al final su temor era infundado. Pidió a Kobra que lo soltará. El estafador se alejó corriendo, pero antes gritó algo.
-          ¡Moriréis, verdes! ¡Ese Lefentauren está maldito!
-          ¿A qué se refiere? – preguntó Maira al nagah.
-          Ni caso. Es un embaucador.
Crista miraba con cierto temor al nagah. Seguramente nunca había odio hablar de ellos. Cuando vio a Inflame le ocurrió lo mismo. Había estado toda su vida rodeada de otros humanos y máquinas. El resto de criaturas le parecían extrañas, misteriosas y, al principio, terroríficas. Se le pasaría, como pasó con el elementoide. El hombre reptil los guio hasta el comercio de Kalim. Era una casa grande. En ella había un enorme establo, de varios metros de altura. En el interior estaban los Lefentauren de Kalim. El motivo por el que le habían encargado a él que los llevara radicaba en esas criaturas. Se decía que los mejores Lefentaurens pertenecían a ese mercader, y que solamente él tenía uno capaz de cruzar la superficie del sol hasta ese punto. Los Lenfetauren eran parecidos a elefantes, solo que cuatro veces mas grandes. Tenian la piel cubierta con un fino pelaje, y sus patas era robustas y largas, que le permitian moverse rápidamente a pesar de su enorme tamaño. Al entrar se encontraron con una pequeña habitación con un humilde mostrador repleto de libros y pergaminos desordenados. Frente a él había un hombre de pequeño tamaño ataviado con los típicos ropajes del lugar pero con colores vivos y llamativos. Su barba era larga y fina, llegandole hasta mitad del pecho. Este contaba monedas a una velocidad alarmante. Cuando escuchó sus pasos el hombre alzó la vista, mostrando una mirada que dejaba ver su disgusto al obligarle a dejar de lado su tarea. Al ver a Kobra con ellos, los ojos del hombre se iluminaron, y rápidamente fue hacia ellos dando largos pasos con sus cortas piernas.
-          ¡Oooooh! ¡Si son mis amigos del oeste! ¡Saludos y bienvenidos a mi humilde morada amigos míos!
El hombre hablaba increíblemente bien el idioma, sin deje del acento del este. Las palabras salian de su boca rápidas y sin darles tiempo a responder.
-          Marrak ha intentado engañarlossss, sseñor.
-          Ese desgraciado hijo de un chacal. Los gronkos se lo lleven.
-          Me alegra conocerle, señor Kalim. Soy Maira, represente a su majestad en esta misión. Ellos son Inflame y Crista – decidió ir al grano. El calor la sofocaba. Dentro del edificio, bajo su sombra, se mitigaba levemente. Pero aun así podía ver como las manchas de sudor crecían por su ropa. Estaba bastante avergonzada, e intentaba no darle importancia. - ¿Cuándo podrá llevarnos?
-          Oh, directa al grano. Me gustas, amiga. Pero antes…
Al igual que hizo Marrak, el pequeño mercader extendió la mano. Maira le dio la bolsa sin dudar. Este la abrió sin perder tiempo y contó las monedas a una velocidad alarmante.
-          Correcto. Un placer hacer negocios con vosotros, queridísimos amigos míos. Ahora venid conmigo, y os presentaré al resto de nuestros compañeros.
El hombre corrió la cortina de una puerta tras el mostrador, y los guió. El interior de la casa estaba mínimamente decorado. Lo único que había eran bolsas abiertas repletas de dinero. Estaba claro que Kalim era un hombre muy rico, aunque parecía que solo coleccionaba monedas y no gastaba nada, viendo el escaso mobiliario y decoración. La casa era enorme, llena de habitaciones y patios interioes. Finalmente los llevó hasta una habitación minúscula, con algunas sillas y una pequeña mesa en el centro. Sentado tras esta había un hombre, indudablemente del este por sus ropas y piel tostada, mirando fijamente un mapa en el cual trazaba lineas con una pluma. Alzó la mirada hacia ellos al verles entrar.
-          Amigos, este es Turek. Es el mejor guía de toda Bong Dhagget. Él nos llevará hasta nuestro destino. Turek, ellos son los amigos de palacio.
-          Encantado, señor Turek – Maira le saludó, contenta al ver que el hombre parecía tener ya la ruta a seguir trazada en el mapa.
-          Kalim… ¿Por qué me habla esta mujer? – La voz del guía era fría, despreciativa. No trataba de esconder el desprecio que sentía hacia ella.
-          Perdonadlo, señorita Maira. Las costumbres aquí son… distintas. A partir de ahora hablaré a través de usted, para evitar malentendidos.
Accedió a regañadientes. Crista estaba totalmente aterrorizada. Parece que le daba más miedo ese hombre que la miraba con unos ojos repletos de odio que el guardaespaldas nagah. Con una conversación lenta y tensa, consiguieron comunicarse a través del mercader. El guía les indicó que tardarían 3 días de viaje, y que debían partir inmediatamente. Contento, el mercader indicó a su guardaespaldas, al que trataba más como un criado, que fuera a preparar el Lefentauren. Probablemente le alegraba el hecho de partir pronto, pues minimizaría los gatos de la misión en preparativos. Mientras hablaban, alguien más entró. El guía guardó silencio al verlo. Se trataba de un hombre alto, probablemente del este también por su piel morena, pero que iba vestido con pantalones anchos y cubría su pecho con un peto de cuero, a diferencia del resto de hombres que había visto. Pensó que debía ser un soldado de esa región. Las mangas de la camisa bajo la armadura enran amplias, finalizadas en brazaletes metálicos. Cubría su cabeza con un  turbante que también ocultaba su rostro casi por completo. La espada le colgaba del cinto, junto a una petaca y algunas bolsas de pequeño tamaño.
-          Oh, al fin llega el paladín que nos envía el generoso regente de nuestra grandiosa ciudad.
El mercader se levantó y fue hacia él, con intención de darle la mano seguramente. Era bastante adulador por lo que podía ver ella, aunque no le cabía duda de que solamente con quien le convenía.
-          No me toques - el mercador se paró inmediatamente, aunque no borró su sonrisa.- ¿Está todo listo?
-          Si. Solo faltabas tu - el guía parecia algo molesto por la interrupción, pero miraba con cierto respeto al recien llegado - Viajaremos durante tres días, ya que debemos rodear el asentamiento de los gronkos. Durante esta época están bastante cerca de nuestra ruta, sería mejor evitar problemas. Y más siendo el Lefantauren predilecto de Kalim. No será necesario llegar demasiado cerca del yunque, conozco algunas entradas secundarias a los subterráneos de los acueductos.
-          Entonces pongámonos en marcha. Debemos acabar cuanto antes. El agua comienza a salir turbia y sucia. Ya hay varios enfermos.
-          ¿Se han analizados muestras del agua? – era la primera vez que escuchaba ese dato, por lo que sintió curiosidad.
-          Si, no se ha encontrado nada. Se han enviado muestras a Ciudad Capital, pero tampoco han encontrado la posible causa de la enfermedad.
-          ¿Cuáles son los síntomas?
-          Primero fatiga. El enfermo duerme más de lo normal y apenas come. Las pocas horas que pasa despierto se muestra agresivo y desorientado.
-          Bueno, bueno. Nuestros doctores y sacerdotisas se ocuparan de eso, ¿no creen? No perdamos el tiempo con eso, mis valiosos amigos. El tiempo es oro.
El soldado asintió, y se dirigió a la salida. Turek recogió el mapa y sus herramientas y no tardó el seguirlo. Ella se acercó al mercader, que por algún motivo miraba debajo de la mesa.
-          ¿Quién es ese hombre?
-          Podéis sentiros afortunads, amigos mios. Se trata de Enor Al-Gatha. Es el guerrero más valeroso de nuestro amado regente, capitán de su guardia y representante de los paladines de las arenas. Con él en el desierto no tenemos nada que temer.
Una vez resuelta sus dudas, se fue junto a sus compañeros. El calor no mejoraba... Y empeoró al ver que Enor les entregaba unos turbantes para que se los pusieran. Debian protegerse la cabeza del sol, les decia el hombre. Si, pero... ¿quien la protegía a ella del calor?


KALIM
Terminó de buscar debajo de la mesa, decepcionado. Había visto como Turek metía varias monedas sueltas en sus bolsillos, pero no se le había caído ninguna. Escuchó los pasos que inconfundiblemente pertenecían a su guardaespaldas.
-          ¿Todo listo Kobra?
-          Sssi, ssseñor.
-          ¿El paladín ha traido mas guardias con él?
-          Sssi. Dosss.
Kalim maldijo su suerte. Primero no había monedas gratis, y ahora tenía dos bocas más que alimentar por el camino. Tendría que subir el precio del viaje. Iban a tener que hacer un recorrido más largo debido a que debían rodear para evitar a esos salvajes y rateros gronkos, ¿no? ¿Qué menos que duplicar el precio por unas horas de viaje? Le pagarían, pues él era el único modo de llegar hasta la superficie del sol sanos y salvos. Le importaba poco la falta de agua. A él le preocupaba mucho más la falta de monedas. Nunca había suficientes monedas… Con dinero ya compraría todo el agua que necesitase. Menos mal que el viaje iba a ser más corto de lo que ese guía ruin creía.
-          ¿Has preparado el veneno?
-          Sssssi.
-          Perfecto, perfecto.
Se fue junto a su guardaespaldas, frotándose las manos, pensando en el recorte a los gastos. Era fiel y bastante eficiente, para ser un nagah. Algún día debía plantearse tener la opción de pensarse pagarle un sueldo.

3 comentarios:

  1. despues de dos dias esperando... me ha sabido a poco.
    No se, veo algo raro la narracion entre dialogos, unas estan en presente y otras en pasado...

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  2. Si, me di cuenta mientras lo leia, debo arreglarlo

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  3. que tonto es decir esto por aqui cuando estamos cara a cara xD

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