10 años antes del Apocalipsis
ENOR
Llegó
agotado, en plena noche. Se había precipitado al viajar solo por el desierto
esa distancia. Tampoco podía dejar de sentirse responsable del posible fracaso
de la misión ahora que no estaba él. Pero el elementoide era un Protector.
Había demostrado ser poderoso, con él no deberían tener miedo. En esa zona del
desierto no había demasiadas cosas que temer. Si rodeaban el asentamiento
gronko, no encontrarían más amenazas que el propio desierto. Cuando se acercó a
las murallas de Bong Daghet vio que los grandes fuegos de las atalayas estaban
encendidos. ¿Había ocurrido algo? Sobre los muros numerosas patrullas de
guardias vigilaban desde las almenas. Al acercarse vio como muchos de ellos les
apuntaban con sus arcos.
-
¿Quién va? – uno de los guardias apostados frente a la puerta se
adelantó, seguido por cuatro más. Todos estaban alerta, con las armas listas.
-
Soy Enor Al-Gatha, capitán de la guardia. ¿Qué demonios sucede?
-
¿Capitán? – el hombre parecía sorprendido, pero también aliviado. Se
acercó a él, y al verlo más de cerca, envainó de nuevo la cimitarra.- ¡Por
todos los dioses! Gracias a los cielos que es usted, señor. La ciudad es un
caos, señor.
Se
temió lo peor al oír eso.
-
¿Los gronkos han atacado? ¿Pero entonces porque estáis fuera?
-
¿Gronkos? – el guardia pareció confuso ante la pregunta – No, señor.
Son los enfermos. Hay una epidemia, hemos aislado la zona central de la ciudad.
Los civiles están como locos. Atacan a todo el mundo, indiscriminadamente.
Hemos tratado de controlar la situación, pero solo ha empeorado. Lo que sea que
les pasa se transmite rápidamente. Muchos de los nuestros están infectados…
-
¿Y el regente?
-
Está en el palacio… Debe estar a salvo, las defensas son férreas y
posee su propia guardia.
-
Entraré a la ciudad y sacaré al regente.
-
Señor, es demasiado peligroso, no podemos dejar que…
-
¿No podéis? ¿Desde cuándo me dais órdenes?
-
Yo… lo siento señor… pero es que hay rumores… Los hombres tienen
miedo.
-
¿Miedo de qué? ¿De campesinos furiosos?
-
No… Dicen que las armas no les dañan. Muchos juran que infligieron
heridas mortales en algunos de ellos, pero las ignoraron… No son pocos los que
han huido, señor.
¿Acaso
lo que afectó a los gronkos había llegado allí? ¿Pero cómo? Debía salvar al
regente. A su ciudad. Era su deber. Ordenó que abrieran las puertas, a pesar de
todas las advertencias. Tal vez ellos hubiesen sufrido bajas, pero ni todos
juntos podían compararse a él. ¡Era un paladín de las arenas! Nadie podía
vencerle allí. Nadie.
En el interior de la ciudad los soldados habían montado numerosas barricadas. En los barracones los hombres lo miraban alicaídos, exhaustos. No sabía cuánto tiempo llevaban en esa situación, pero algunos parecían realmente agotados. Había una zona llena de cadáveres de guardias, ordenados en hileras y ocultos bajo mantas sucias. Eso le tranquilizó. <Al menos estos no se levantan. Probablemente los soldados se dejaron llevar por el miedo y se equivocaron al juzgar las heridas que causaban>. Los primeros barrios estaban divididos por empalizadas montadas con prisa. No servirían de nada para aguantar el asalto de un ejército, aunque esperaba que si lo hicieran para mantener al otro lado a los enfermos. Finalmente llegó al límite del barrio central. Se trataba del distrito comercial. Era el más grande con diferencia de toda la ciudad, y en él estaba, entre otras cosas, el enorme mercado de Bong Daghet, que recorría varias avenidas. Numerosos artesanos y familias adineradas vivían en esa parte de la ciudad, y sin duda era la más concurrida en la vida cotidiana de sus ciudadanos. No había visto a ningún civil durante su recorrido, ahora que lo pensaba… Probablemente estaban escondidos en la seguridad de sus casas, o los guardias los habían trasladado a algún otro lugar. Junto a una de las entradas al distrito la guardia había montado una muralla improvisada con carromatos volcados, tablones, muebles y cualquier cosa lo suficientemente pesada y resistente. Había una pequeña escalerilla que llevaba a un mirador en lo alto, para vigilar el otro lado. Allí habían apostados un par de guardias. Estos si parecieron reconocerlo, y ejecutaron un saludo marcial cuando se les acercó. Enor se lo devolvió y les dio permiso para descansar. Escuchaba el ruido al otro lado de la muralla, además de contemplar numerosas columnas de humo elevarse al cielo.
En el interior de la ciudad los soldados habían montado numerosas barricadas. En los barracones los hombres lo miraban alicaídos, exhaustos. No sabía cuánto tiempo llevaban en esa situación, pero algunos parecían realmente agotados. Había una zona llena de cadáveres de guardias, ordenados en hileras y ocultos bajo mantas sucias. Eso le tranquilizó. <Al menos estos no se levantan. Probablemente los soldados se dejaron llevar por el miedo y se equivocaron al juzgar las heridas que causaban>. Los primeros barrios estaban divididos por empalizadas montadas con prisa. No servirían de nada para aguantar el asalto de un ejército, aunque esperaba que si lo hicieran para mantener al otro lado a los enfermos. Finalmente llegó al límite del barrio central. Se trataba del distrito comercial. Era el más grande con diferencia de toda la ciudad, y en él estaba, entre otras cosas, el enorme mercado de Bong Daghet, que recorría varias avenidas. Numerosos artesanos y familias adineradas vivían en esa parte de la ciudad, y sin duda era la más concurrida en la vida cotidiana de sus ciudadanos. No había visto a ningún civil durante su recorrido, ahora que lo pensaba… Probablemente estaban escondidos en la seguridad de sus casas, o los guardias los habían trasladado a algún otro lugar. Junto a una de las entradas al distrito la guardia había montado una muralla improvisada con carromatos volcados, tablones, muebles y cualquier cosa lo suficientemente pesada y resistente. Había una pequeña escalerilla que llevaba a un mirador en lo alto, para vigilar el otro lado. Allí habían apostados un par de guardias. Estos si parecieron reconocerlo, y ejecutaron un saludo marcial cuando se les acercó. Enor se lo devolvió y les dio permiso para descansar. Escuchaba el ruido al otro lado de la muralla, además de contemplar numerosas columnas de humo elevarse al cielo.
-
¿Cuál es la situación, soldados?
-
Hemos conseguido aislar con éxito el distrito. Hace unas horas esta
plaza era un hervidero de enfermos. Conseguimos mantenerlos a raya y rechazar
sus ataques. Después de un tiempo comenzaron a marcharse, en dirección sureste.
-
¿Sureste? El palacio…
-
No lo sabemos, señor. Pero desde hace unos minutos hemos avistado
humo. Parece que han iniciado incendios por varios sectores del distrito.
Subió a
la muralla y observó mejor la plaza. Si, el humo estaba en el sureste. También
escuchaba el eco de cientos de voces alzándose. En Bogn Daghet vivían miles de
personas. Si la enfermedad se había extendido lo suficiente… No podía pensar
ahora en ello, su deber era proteger al regente. Con esa idea, decidió saltar
al interior de la plaza. Los guardias trataron de detenerlo, pero ya era
demasiado tarde. Desde lo alto de la muralla improvisada, que en realidad no
media más de tres metros, estos le suplicaron que volviera, que era una locura.
Él los ignoró, y se adentró en los oscuros callejones de Bong Daghet. Allí la
luz de la luna apenas iluminaba el camino, pero había algunas antorchas
diseminadas por el camino, probablemente pertenecientes a guardias o ciudadanos
que trataron de huir, en vano. En muchos lugares había manchas de sangre
diseminadas por paredes y suelo. Sin duda la situación era grave. ¿Cómo podían
haber llegado a eso? Continuó girando entre los callejones, tomando una ruta
secundaria para llegar al palacio del regente. En una de las estrechas
callejuelas se encontró varios cuerpos tirados. Estos estaban sobre charcos de
sangre y presentaban heridas de arma, junto a un par de antorchas cuyas llamas
aun crepitaban. Uno de los cuerpos se movió levemente, o eso le pareció. <
¿Aun está vivo? Tal vez no esté enfermo>. Enor se acercó, con cuidado.
Llevaba la mano aferrada a la empuñadura de la espada, por si acaso. Cuando
llegó, giró el cuerpo con el pie. Lo que vio era un cadáver, sin duda. Tenía
parte de la cara desgarrada, como si se la hubiera devorado un animal, y su
vientre estaba abierto. Las entrañas caían de la herida como serpientes verdes.
Pero no, no se movía. Agarró una de las antorchas, y se dio la vuelta para
seguir su camino, hasta que algo le impidió dar un paso más. Algo se había
aferrado a su pie, y tirada de él para atrás. Enor bajó la vista a la vez que
desenvainaba, y vio una mano que le sujetaba con fuerza, clavando sus fríos
dedos en él. El cadáver estaba sujetándolo, y se arrastraba por el suelo. Enor
cortó la mano del muerto, que siguió sujeta a su pie. Este no se inmutó, y
continuó arrastrándose. <Maldita sea. ¡Otra vez no!>. Pataleó hasta
desprenderse de la mano, y salió corriendo, alejándose del cadáver. <Esto es
una pesadilla, no puede ser real>. Finalmente, tras una carrera extenuante,
llegó a la plaza que comunicaba con el palacio. Asomado desde una de las muchas
callejuelas que daban a la plaza, vio horrorizado el espectáculo que se
presentaba ante él. Había numerosas casas del lugar incendiadas, cuyo fuego se
iba extendiendo sin nadie que lo impidiera. Cientos, miles de personas, se
amontonaban frente al palacio. Golpeaban las fuertes puertas mientras recibían
la lluvia de flecha de los guardias apostados en las torres. Muchos de los que
recibían los disparos caían, perdiéndose entre la marejada de personas, pero
ostros se quedaban allí ignorando las flechas que atravesaban sus cuerpos. Los
hombres y mujeres gritaban furiosos. Insultaban, amenazaban, maldecían. Algunos
trepaban unos sobre otros para alcanzar la puerta. Otros peleaban entre ellos
con uñas y dientes. Pero Enor puto captar algo más. Un sonido camuflado, ahogado
por los otros. Era un quejido, un gemido lento, lastimero. Y también vio que
entre los enfermos, caminaban muertos. Los enfermos los ignoraban, y los
atacaban o pasaban a su lado o sobre ellos como si fuesen otra persona. Los
muertos a su vez atacan a los que tenían al lado… Y poco a poco, había más. Y
más.
-
No… Esto… No es real…
KALIM
Su
mente trabajaba a una velocidad increíble. Trapecistas, payasos, equilibristas,
domadores… Con este tipo y la chica de antes podía montar un circo. O conseguir
algunos enanos, mujeres barbudas, hombres lobo, y montar un museo de los
horrores. Sin embargo… Por interesantes que pudieran ser para el público, no
creía que compensaran con las pérdidas que podían causar. Aquel sitio era un
caos, y el joven, el tal Allan, estaba haciendo que todo se desmoronase con su
simple presencia. Encima, no sabía si
era porque no estaba acostumbrado a estar bajo tierra, llevaba demasiado tiempo
andando, o el retumbante ruido de las placas de metal al caer, pero se estaba
mareando. Se sentía cansado, débil, y la vista comenzaba a nublársele poco a
poco.
-
Kobra, detenlo. Me duele la cabeza.
Ese
tipo le ponía de los nervios. No paraba de gritar. Había caído de una altura de
casi diez metros y había aterrizado de pie, como si nada. Los miró, y se puso a
reírse mientras comenzaba a correr de nuevo por las escaleras. Los peldaños de
esta estaban viejos, desgastados. Kobra obedeció la orden, y salió corriendo. A
Kalim le pareció ver que daba pasos torpes, y no mostraba la agilidad que de
costumbre. Necesitaba descansar, parecía que la vista comenzaba a fallarle. Se
sentó en el suelo, mientras veía a su guardaespaldas subir las escaleras. Esta crujía
con cada paso. Algunos peldaños se partieron en dos, pero Kobra lograba
agarrarse a la barandilla e impulsarse. Estuvo a punto de caer dos o tres
veces, pero finalmente logró subir. Se paró en el pasillo en el que estaba Allan,
corriendo como un demente, de un lado a otro, ignorándolo cada vez que pasaba
al lado del nagah. Este no hizo nada por atraparlo, permanecía quieto, con las
manos apoyadas en las rodillas y la boca abierta, con la lengua colgando. El
hacha colgaba de una de sus manos, apoyada en la débil estructura.
-
¡Kobra! – le costó una barbaridad gritar, pero no podía permitir que
su guardaespaldas no obedeciera. Primero era eso, y luego venia exigir un
sueldo. ¡Nunca! – Maldita sea, ¡cógelo!
El
nagah agarró su arma con ambas manos, y la alzó sobre su cabeza. Pero a la vez
que la alzó, la dejó caer. El nagah perdió el equilibrio, y cayó por la
barandilla al suelo a través del tragaluz. El impacto contra el suelo fue
terrible. Kobra se quedó quieto. Parecía que estuviese inconsciente, o muerto…
La risa de Allan era estridente. Estaba dando saltos y señalando hacia abajo,
al cuerpo del nagah.
-
¡Qué gracioso!
-
¡No, Kobra!
Kalim
se arrastró, como pudo, hasta el cuerpo de su empleado. Cada vez le costaba más
moverse. El cuerpo le pesaba, comenzaba a tener sueño.
-
Levanta, ¡culo de dromedario! ¡He invertido demasiado en tu
manutención!
CRISTA
Se
encontraba mal. Es como si estuviera enferma, febril. Intentó ir a ayudar a
Kalim y Kobra, pero le dolían las piernas. Inflame flotaba a su lado. Había
tratado de ir a por Allan, pero Maira se lo había prohibido. ¿Y si era capaz de
hacer lo mismo que su compañera? Pero ahí estaba, con sus llamas danzando con
fuerza alrededor de su cuerpo rocoso. Ella tampoco se atrevía a moverse de
donde estaba. La lluvia de fragmentos metálicos no cesaba, y algunos eran
realmente grandes. Allí donde Allan pasaba un tiempo, le seguía la destrucción
del lugar. No quería arriesgarse a morir aplastada, pero le preocupaban el
mercader y el hombre serpiente. Estaban en mitad del peligroso desprendimiento,
y no parecían capaces de moverse. ¿Por qué demonios no sacaba Kalim el cuerpo
de su compañero a rastras?
-
No me encuentro… bien.
Maira cayó
al suelo, frente a ella. Crista se agachó rápidamente para cogerla. Tenía la
piel ardiendo, y su respiración era débil, entrecortada. ¿Qué diablos ocurría
ahí?
-
¿Qué te pasa, Maira? ¡Eh!
La
agitó con fuerza, pero esta no respondía. Sus ojos se cerraban y abrían, como
si estuviera tratando de no dormirse. El golem se colocó junto a ella, y agarró
a su compañera, dejándola sobre su brazo para que reposara. El niño miraba
fijamente hacia Allan. Puso su pequeña manita en la cabeza del golem, a la vez
que la luz que desprendían los ojos de este aumentaba de intensidad.
-
Es su poder – dijo la artificial voz de la criatura -. Mi amo dice que
ese ser afecta a la vida natural y estropea esta. La destruye.
-
Pero entonces… - Su vista comenzaba a nublarse. Ta vez fuese verdad. Parecía
que los únicos que se encontraban bien eran Inflame, el golem, y el niño. ¿Por
qué no afectaba al niño? Debía poner fin a aquello. - ¡Eh, Allan! ¡Detén esto!
¡Anula tus poderes, vas a hacer que muramos todos aplastados, incluido tú!
El
hombre se paró, con las manos apoyadas en la barandilla de uno de los pasillos.
-
Ojala controlara este poder–dijo mientras el hierro bajo sus manos
iba descomponiéndose-, pero no lo hago. Él me controla a mí. ¡Todo lo que toco
se destruye!
La
barandilla cedió, partiéndose allí donde estaban sus manos. El joven se
precipitó hacia adelante, debido a que tenía todo su peso apoyado en ese lugar.
Impactó contra el suelo de espaldas, y se quedó ahí tumbado. Riéndose.
-
Estoy seguro de que a Beth también le ha pasado algo así… Tengo que
encontrarla y ayudarla. Entre los dos quizás aprendamos a controlar lo que nos
está pasando.
Mientras
Allan permanecía en el suelo hablando, Inflame no perdió tiempo. Voló hasta él
y calló a su lado, pisándole el pecho con un píe. Las llamas del elementoide
lanzaban fulgores blancos y amarillos.
-
¿Tú tampoco sientes calor? – le dijo el elementoide mientras aumentaba
la temperatura de sus llamas. Solo consiguió que el hombre se riera.
-
¡Qué gracioso!
El
hombre ignoró por completo al elementoide, como si tenerlo encima no le
supusiera un problema. Desvió su mirada directamente a ella, y se quedó mirándola.
De nuevo, su risa resonó en la sala.
-
Eres bastante guapa – le dijo a ella mientras le guiñaba un ojo -
¿Quieres medirme la temperatura?
-
Prefiero que no me toques, gracias… - No pudo evitar sonrojarse por el
comentario, pero no era tan estúpida como para dejar que ese tipo se le
acercara, viendo lo que era capaz de conseguir con solo tenerlo cerca.
-
¡¡Ayudadme, esto es una penitencia!! – el hombre comenzó a patalear
bajo el peso de Inflame – Beth, ¡¿Dónde estáaas?! ¡¡Te estoy buscando!!
Los
gritos de Allan se elevaron en una letanía agónica, como si estuvieran
torturándolo. <Maldita sea… No servirá de nada arreglar esto mientras
permanezca en los túneles. Es bastante posible que él sea la causa de la
avería>. Cada vez se sentía mucho peor. Se había obligado a dejarse caer, ya
que no encontraba fuerzas en las piernas para permanecer erguida. Al
elementoide parecía costarle mantenerlo inmóvil bajo su presa. Allan alternaba
risas con gritos, como si hubiese perdido por completo la cabeza. Inflame acabó
agarrándolo entre sus brazos, para asegurarse de que nos e escapara. Las risas
desaparecieron al instante, junto a los gritos.
-
Me encantaría quedarme contigo, amigo, pero debo encontrar a alguien.
-
Tú no te vas.
-
Suéltalo, Inflame – Le costó horrores hablar. Su voz no fue apenas un
quejido, pero el elementoide la escuchó – Mira a… Maira, no creo que aguante
mucho más…
El
rostro de su compañera estaba pálido. Con cada respiración, de su pecho nacía
un ruido horrible, ronco. El elementoide lo liberó, aunque no se movió del
lugar. Allan se estiró, como si estuviera a punto de hacer algún deporte, y
luego miró a Inflame.
-
Oye, ¡te estás quemando!
Y entre
risas, se fue por uno de los muchos túneles de la sala.
-
¡Beth! ¡Deja de esconderte ya, pesada!
El eco
de su voz se quedó un rato resonando a su alrededor, mientras él desaparecía de
su vista. Conforme Allan se alejaba, empezó a sentirse mejor. Fue una mejoría increíble,
casi mágica. Igual que hace un segundo estaba segura de que estaba
asfixiándose, de pronto era como si nunca hubiese pasado nada. En los brazos
del golem Maira también parecía estar sintiéndose mejor, ya que estaba
reincorporándose.
-
¿Qué ha pasado? ¿Se ha ido ese hombre? Pensaba que… que moría.
Parecía
como si acabara de despertarse, pero por el resto, la mujer no daba muestras de
que le ocurriera nada grave. Crista la abrazó, feliz de que se encontrara bien.
Había llegado a temer que muriera. Ella le devolvió el abrazo, besándole la
frente.
-
Tranquila, pequeña. No ha sido nada.
-
¡¡Kobra!! ¡¡Despierta holgazán!!
¡Se
había olvidado del mercader y su compañero! Rodeado de montones de chatarra, el
mercader agitaba el cuerpo de su guardaespaldas, que permanecía en el suelo.
Ellas se acercaron, apartando la chatarra su paso. Al llegar, vieron que el
cuerpo del nagah no se movía en absoluto. Maira se agachó junto al mercader.
Este trató de apartarla, pero tras unos forcejeos, se apartó del cuerpo de su
guardaespaldas. Maira le tomó el pulso, cogiéndolo de la muñeca. Le tocó el
cuello, buscando la aorta. Puso su oído sobre el pecho del nagah. Finalmente,
se volvió hacia el mercader.
-
Lo siento, señor Kalim. Ha muerto.
-
Ya lo sé, demonios, ya lo sé. – El mercader dio un par de puntapiés a
una viga retorcida a su lado – Estúpido nagah, ¿para qué te mueres? He
malgastado demasiado dinero en ti – una lágrima escapó de sus ojos. Se giró, y
comenzó a andar hacia el camino que debían seguir, sin esperarlos. – Venga, no
perdamos tiempo. Quiero salir de aquí y cobrar de una vez.
MAIRA
Todo lo
que estaba ocurriendo era muy raro. Los gronkos, muertos pero aun así
moviéndose. Allan y Beth, simples revisores convertidos en… eso. Una profunda
cicatriz que cruzaba el desierto. ¿Qué podía haber causado todo aquello? ¿Había
sido todo causado por el resplandor del que les habló Beth? No se le ocurría
que clase de poder era capaz causar eso, y dar pie a tales atrocidades…Tanto
ella como el resto parecían encontrarse mucho mejor, como si lo que había
ocurrido hacía apenas una hora nunca hubiese ocurrido realmente. El mercader
seguía hablando en su tono feliz pero apremiante, como si ya hubiese olvidado
la muerte de Kobra. Aunque ella veía algo distinto en su mirada. Estaba segura
de que Kalim trataba de ocultar su tristeza, o al menos, de ocultar algo.
Crista les guió a través de un camino con el que esperaba no encontrarse con
Allan. También les habló de sus preocupaciones respecto a ellos, Allan y Beth,
y el posible papel que podrían jugar en la avería del mecanismo. Si aquello era
cierto, entonces el trabajo iba a ser mucho más complicado. Deberían encontrar
y sacar de allí a ambos, antes de arreglar la maquinaria estropeada. De nada
serviría teniéndolos cerca. Aun así Maira le dijo que primero debían
cerciorarse de que el fallo que buscaban estaba realmente en el núcleo de la
maquina.
-
Hemos llegado. El centro de la máquina succionadora de agua está tras
esa puerta.
Crista
señalaba una enorme puerta metálica al otro lado del pasillo en el que se
encontraban. Había sido un camino largo sumergidos en la oscuridad de los
túneles, pero parecía que finalmente habían llegado a su final. Si no llega a
ser por la linterna de Crista y la luz que les proporcionaba Inflame con su
cuerpo, no sabía cómo habrían conseguido llegar allí. Al acercarse a la puerta,
Crista suspiró.
-
Han estado aquí. Al menos Beth. La puerta está intacta, pero la
cerradura mágica no funciona. El sello está roto.
-
¿Eso quiere decir que está abierta?
-
Completamente. Por una parte es algo bueno, puedo ahorrar energías
para dedicarme por completo a la reparación del núcleo central.
Inflame
empujó la pesada puerta. Está crujió, y comenzó a abrirse. Cuando pudieron ver
el interior de la gigantesca sala. La luz que entraba en esa sala los cegó
momentáneamente. Cuando finalmente pudieron ver bien, se quedaron sin habla.
-
Ahora entiendo porqué no tenemos agua… - Kalim estaba tan impresionado
como el resto, mirando sobrecogido a la destrozada máquina.
La
mitad de la sala había sido cortada por completo, había desaparecido. La
cicatriz que cruzaba el desierto atravesaba esa sala. Lo que sea que había
cortado el desierto en dos había cortado dos de los tres brazos principales de
la máquina. Al otro lado del inmenso abismo que se abría veían la corteza de la
tierra, a una gran distancia. Pudieron ver que estaban a una gran profundidad. Parecía
que ya había amanecido, pues la luz del sol entraba por la gran grieta,
iluminando la sala. Maira estaba sobrecogida, eso nunca podrían repararlo. Su
misión era imposible.
-
Es imposible, no podemos reparar esto. ¿Qué opinas, Crista?
-
Dioses… Esos conductos son irreparables – dijo señalando a los dos que
habían estado en la trayectoria de lo que fuese que había creado la brecha -.
Pero ese debería seguir activo. La máquina debería haber cortado el flujo de
energía por esos dos brazos, siguiendo manteniéndose constante por el tercero.
El nivel de muchos de los oasis bajaría, pero no debería haber diferencia para
Bong Daghet.
La
chica se acercó a la gigantesca máquina desde la que nacían los tres brazos
principales, y la cual hacia funcionar al resto de depósitos. Incluso Maira
pudo ver que estaba en muy mal estado, la mayoría de mecanismos que la hacían
funcionar estaban estropeados.
-
El problema está aquí. La maquina presenta tanto daños físicos como
mágicos…
-
Allan y Beth… - el elementoide comenzó a flotar sobre ellas
inmediatamente, mirando a su alrededor.
-
Creo que podría repararlo, aunque me llevaría tiempo, y necesitaría algunas
piezas. Podría conseguirlas en otros lugares de los túneles, en secciones que
ya no vayan a ser útiles. Pero claro, considero que es una tontería mientras
esos dos sigan por aquí abajo.
-
¿Se te ocurre algún motivo para que el agua haga enfermar a los
ciudadanos de Bong Daghet?
-
Es posible. Al no funcionar la máquina, el agua debe estar estancada.
Ha debido estar así durante mucho tiempo. Si volviera a fluir, seguramente se
depuraría con el agua interior del continente. Aunque es solo una suposición, realmente
solo entiendo de máquinas, lo siento.
-
Puede que el poder de Allan y Beth haya afectado al agua también… -
Inflame solo hablaba para decir algo sobre la misteriosa pareja. Maira creía
que el elementoide había llegado a temerlos. No era de extrañar, sería un
idiota si no lo hiciera con lo que habían visto.
-
Lo que provocó la cicatriz también pudo ser lo que afectó al agua.
Como afectó a los gronkos o a los revisores – dijo ella. Si era eso,
posiblemente la epidemia podría llegar a ser mucho más grave de lo que creían.
-
Amigos míos, ¿y si en vez de hablar trabajamos? Si hay que buscar y
llevarse a rastras a los locos, lo hacemos. Si hay que arreglar el artefacto,
lo hacemos. El tiempo es oro. El tiempo es oro…
-
Mirad eso – el elementoide flotó sobre varias tuberías al nivel del
suelo que nacían desde la maquina central, y aterrizó bajo uno de los canales
cortados, cerca del abismo de la brecha. Se agachó, mirando algo que había en
el suelo y ella no era capaz de ver debido a las tuberías.
Todos
fueron tras el elementoide, moviéndose con dificultad entre los tubos
metálicos. Cuando llegaron a su lado, vieron un cadáver boca abajo. Llevaba una
túnica blanca, cubierta casi por completo de sangre. Aunque la sangre, con el
paso del tiempo se había tornado casi negra.
-
¿Por qué había alguien más aquí abajo?
-
Puede que fuese otro revisor. El atuendo es parecido al de Allan y
Beth – dijo Crista agachándose para mirarlo más de cerca.
-
Es posible… Así que no todos sobrevivieron…
-
¡¡Aaaah!!
Crista
gritó, y comenzó a moverse hacia atrás ayudándose de las manos para alejarse
del cadáver. Estaba completamente pálida.
-
¿Qué pasa Crista?
No pudo
evitar alejarse también del cuerpo, chocando contra Kalim, que desde un
principio se había mantenido alejado.
-
Es… horrible… Su cara… - la voz de la joven estaba impregnada de
autentico terror.
Inflame
cogió la túnica, y la alzó. Y al instante todos comprendieron que había
ocurrido. Maira sintió arcadas, y no pudo evitar vomitar allí mismo. Toda la
parte frontal del cuerpo había sido rebanada. Como si hubiesen cortado el
cuerpo desde arriba dejando tan solo la parte trasera. Su cara, su pecho, su
abdomen, su pelvis, parte de sus brazos y sus piernas… Todo había desaparecido. Los órganos también habían sido
seccionados, y gran parte de ellos cayeron al suelo cuando Inflame levantó el
cuerpo. Crista gritaba como una histérica, y ella volvía a vomitar. Entonces,
una voz resonó en la sala. Una vez que no pertenecía a ellos, y que aun así les
era familiar.
-
¡Eh! ¡Suéltale! – Beth había entrado por el mismo sitio que ellos, y
se dirigía en su dirección con pasos largos.
Inflame
sin soltar el cadáver, se puso frente a ellos, desafiante. La mujer se detuvo
frente a la enorme máquina, alejada de su posición. Clavó los ojos en el cuerpo,
o la parte del cuerpo, que sujetaba el elementoide entre sus manos.
-
¿Allan? ¡No, Allan!
La
mujer comenzó a correr en su dirección, a la vez que el elementoide soltó el
cadáver y retrocedió. Al llegar bajo el canal, al otro lado del laberinto de
tuberías que ellos habían cruzado, se detuvo. La túnica de Beth emitió un
pequeño resplandor anómalo, y entonces otra voz sonó. Otra voz que reconocieron
al instante.
-
¡Beth! ¡Estabas aquí! – era la voz de Allan, que no sonaba muy lejos.
La
mujer se giró, buscando la procedencia de la voz. Cuando les dio la espalda,
Inflame comenzó a hacer aparecer una bola de fuego entre sus manos aprovechando
que Beth les había dado la espalda. Maira lo detuvo.
-
No hagas eso, podrías terminar de destrozar la máquina – le dijo entre
susurros mientras sujetaba el brazo de Inflame, que esta vez sí le quemó
levemente. Ella aguantó el dolor, viendo satisfecha como el elementoide bajaba
los brazos, haciendo desaparecer la esfera incandescente.
Beth
agarró la capucha de la túnica, que resultó ser una pieza independiente a la
túnica, y la hizo girar, ocultando su rostro y… dejándoles ver el rostro de
Allan en su lugar. Todos se quedaron sin respiración, excepto Kalim, que
comenzó a reír como un histérico.
-
Esto es una broma. Esto no puede ser real. Volveré a despertar en mi
pequeña pocilga y todo esto no habrá sido más que una pesadilla. ¡Tengo que
despertar!
Y sin
previo aviso, el mercader salió corriendo, y se arrojó al abismo que había
creado la brecha. Mientras caía, su risa no dejó de sonar, hasta que
simplemente el sonido se ahogó, perdido en las profundidades. Cristal trató de
correr hacia él, pero el elementoide la sujetó.
-
Tu no debes morir – le dijo a la joven, que tenía la mirada perdida.
-
No… yo… No quería…
Crista
se derrumbó, mientras la risa de Allan volvía a sonar cantarina, como la
primera vez que lo vieron.
-
Y yo buscándote como un loco.
Allan
cogió la parte trasera de la capucha, y simplemente con su tacto esta comenzó a
descomponerse, abriendo un hueco al otro lado. Y la cara de Beth apareció,
sonriente, con lágrimas en los ojos. Ambos rostros, cada uno a un lado del
cuerpo, como si las partes frontales de sus cuerpos hubiesen quedado unidas.
Parecían felices. Maira, completamente conmocionada, trató de recomponerse. No
era momento para dejarse llevar por el pánico, o todos acabarían como Kalim.
Ella tenía alguien que la esperaba y dependía de ella. No podía acabar así. No podía
permitírselo.
-
Vo… vosotros dos… Allan y Beth. Estais colapsando los acueductos con
vuestro poder. En... nombre del rey, os ordeno que abandonéis estas
instalaciones instantáneamente, para que procedamos a repararlas…
Allan
dejó de reír, y fijó su mirada en ellos.
-
Un momento. ¿Quiénes sois vosotros? – dijo, como si los viese por
primera vez.
-
Venimos de Bong Daghet, a revisar y reparar los acueductos.
Allan
se gira, y esta vez es Beth quien le da la cara.
-
Creo que mienten – dijo ella con voz triste -. Allan, quieren
separarnos de nuevo…
-
No… nosotros solo…
-
¡No! ¡No permitiré que nos separen! – la voz de Allan fue cortante,
apasionada.
-
Pero son muchos, Allan – dijo Beth con temor -. Hay cientos de ellos.
-
Tranquila Beth, estás alucinando. Yo solo veo diez.
El
elementoide se acercó a Maira, lentamente, con Crista entre los brazos,
mientras Allan y Beth discutían entre ellos, desvariando.
-
¿Qué hacemos? – le dijo el elementoide.
-
Debemos lograr que se vayan, pero no sé cómo. Tampoco podemos
permanecer cerca de ellos mucho tiempo. Ya comienzo a sentirme débil… Y veo que
el color de tus llamas está perdiendo intensidad…
-
No te preocupes por mí.
El golem se movió, haciendo que Maira diera
un respingo. A pesar de su enorme tamaño, había olvidado por completo su
presencia. Movió su mano, ofreciéndosela.
-
Mi amo pide que subas. Dice que ya es casi hora de irnos. El cuidará
de ti.
El niño sonrió, haciendo que sus ojos dorados
casi parecieran brillar. Logró tranquilizarse, y dejó que el golem la cogiera.
-
Pero no debemos irnos. La vida en este territorio depende de este
lugar.
-
Maira, el golem tiene razón. Debemos irnos y avisar al rey de lo que
ocurre aquí. De lo que ha pasado.
-
¡Pero no podemos dejar esto así!
Ignorándola,
el golem comenzó a moverse sobre las tuberías, volviendo hacia la salida de la
sala. Maira trató de zafarse, pero era imposible escapar de su poderoso brazo
sin su permiso. El niño no dejaba de mirar en todo momento a Allan y Beth, y el
grotesco ser que formaban. Inflame flotó sobre ellos, llegando rápidamente a la
salida, donde los esperó. La criatura formada por dos cuerpos los ignoraban,
mientras hablaban entre sí, con risas, llantos, y frases sin sentido. El golem
pasó sobre el cadáver que el elementoide dejó sobre los tubos de metal,
pisándolo, y un grito agónico nació de la garganta de Allan.
-
¡¡Allan!! ¿Qué te ocurre? ¡¿Te duele?! – Beth sonaba preocupada,
nerviosa.
-
¡Han sido ellos! Me han pisado, Beth.
-
¿Quiénes son esos? ¿Han venido a hacernos daño, Beth?
-
¡Pues no dejaré que nadie te haga daño!
Allan
comenzó a gritar, haciendo que toda la sala vibrase, mientras del techo
comenzaban a caer rocas y trozos de metal. El golem llegó junto a la salida, y
se paró al lado del elementoide, que ya se disponía a emprender la marcha de
nuevo.
-
Mi amo dice que dañes el cuerpo.
El
elementoide se quedó mirándolo sin comprender. Pero ella si lo entendió… Al
pisar el cuerpo, Allan gritó… < ¿Era posible que el cuerpo pertenezca a
Allan? Tal vez sea su punto débil…> Comenzaba a sentir muy débil, y podía
ver que Crista también se sentía afectada.
-
¡Hazlo, Inflame! ¡Que sea lo más potente que puedas!
El
elementoide dejó a Crista en el suelo, y comenzó a formar una bola de fuego
entre sus manos, enorme. La lanzó contra el cuerpo, pero cuando estaba a pocos
metros, un grito de Beth se elevó, haciendo que la bola de llamas se apagará,
como si hubiese sido dispersada por una fuerte brisa de viento.
-
No… - apenas encontraba fuerzas para hablar. La sala iba
desmoronándose a su alrededor ante la potente voz de Allan, y ya comenzaba a
afectar al túnel. Si no salían pronto…
-
A sido un honor servirle, Maira. Cuida de Crista.
El
elementoide dio varios pasos, volviendo a la sala. Ella intentó detenerlo, pero
no le salía la voz. No entendía que pretendía hacer el elementoide, pero esas
palabras no le gustaron en absoluto. Este hizo crepitar sus llamas con fuerza,
haciendo que notara el enorme calor que desprendía. Luego se lanzó volando como
un meteoro hacia el cuerpo. La voz de Beth resonó, haciendo que las llamas de
Inflame perdieran intensidad. Finalmente calló sobre el cuerpo, tal vez porque
era lo que pretendía, o agotado por el poder de Beth. Su cuerpo era ya casi
completo roca, pero algunas llamas persistían. Y con un último esfuerzo, el
elementoide hizo que esas llamas se concentraran en la túnica del cadáver, prendiéndola…
Y finalmente, el elementoide quedó totalmente quieto, sin llamas ya en su
cuerpo. El grito de Allan se convirtió en un grito de dolor. Maira pudo ver
como ahora su cuerpo vivo también ardía, aunque no consumía la túnica. Beth
también gritaba, aunque no sabía si de dolor o de rabia. El golem comenzó a
andar por el túnel, escapando de la destrucción que ahora se aceleraba. Maira
agarró como pudo la mano de Crista, que parecía a punto de quedar inconsciente.
Notó como esta también apretaba su mano, aunque muy, muy débilmente. Tras ellos
andaban Allan y Beth, con pasos erráticos, convertidos en una bola ardiente. El
golem continuaba su camino, mientras Maira no soltaba a Crista. A su alrededor
todo se iba desmoronando, aunque mientras consiguieran mantener la distancia
con Allanbeth, como pensaba ella ahora en ese ser, tal vez pudieran salir
vivos. Ya no le preocupaba la vida de los habitantes de Bong Daghet. Solo
quería salir viva de allí, y poder abrazar una vez más a su hija. El techo de
hormigón iba derrumbándose a su paso, y uno de los enormes cascotes calló sobre
una pierna de Crista, que dejó escapar un leve grito. El espasmo ante el dolor
hizo que soltara la mano de Maira, y esta no pudo sujetarla, ya que el golem no
se detuvo. Maira gritó, suplicó al golem que parara, pero este, si la escuchó,
no le hizo caso. Crista la miraba, sin poder moverse, con sus ojos llenos de lágrimas.
Sonreía, mientras la veía alejarse. Maira estaba desesperada, quería ayudarla,
pero no podía escapar. Desesperada, dio una bofetada al niño, tratando de
llamar su atención. Este clavó su mirada en ella, pero no mostró dolor, ira, ni
pena. El golem se detuvo, y la dejó escapar. Sin perder tiempo, Maira fue a por
Crista, tambaleandose. Llegó junto a ella, mientras la destrucción se
aceleraba. Al otro lado podía ver como Allanbeth estaban cada vez más cerca.
Intentó levantar el trozo de hormigón que aprisionaba su pierna, pero era
demasiado pesado. La lluvia de escombros se intensificaba, y la proximidad de
Allanbeth la hacía sentirse cada vez mas cansada.
-
Quiero… - la voz de Crista era muy débil, y apenas podía escucharla
tras el grito de Allanbeth y el sonido de los escombros -. Quiero volver… con
mi madre.
Por
algún motivo, el corazón de Maira se rompió en ese instante. Abrazó con fuerza
a Crista, entre lágrimas. Mientras los cascotes caían a su alrededor, Maira
miró hacia el niño. Este, sobre el hombro del golem, seguía mirándola. Pero,
mientras era sepultada, el golem se giró y continuaba su camino, abandonándola.
El no se volvió para mirar. Lo último que vio antes de morir, fue la espalda
del niño, mientras pensaba en su hija.
ENOR
Había
sido una locura. Nunca debió haber hecho aquello. Estaba demasiado agotado.
Pero aun así, nunca hubiese imaginado que esto podría ocurrirle. No a él. Se
encontraba sobre una columna de arena que se elevaba de camino al palacio. No podía
cruzar la plaza frente al palacio, atestada como estaba, pero tenía los medios
para llegar de otro modo. Estaba cansado, pero aun así, poseía el poder
suficiente para llegar. Se había olvidado del gronko. Nunca debió hacerlo,
¿pero que probabilidades quedaban de que realmente hubiese llegado a allí? En
ese momento permanecía en el aire, con el gronko que había surgido desde la
columna de arena a sus pies, agarrándose a él con fuerza y clavando sus dientes
en su hombro. Ese maldito salvaje había ascendido a través de la misma arena
que el había controlado con su poder, y le había atacado apareciendo de la
nada. Abajo, podia ver como la inmensa horda de enfermos, entre los cuales cada
vez había más muertos vivientes, miraban hacia arriba. Lo había visto. Lo
habían visto y lo querían. Toda su ira y su hambre se habían centrado en él.
Los enfermos escalaban por la columna, clavando los dedos de las manos y las
piernas en la arena semisólida y ascendiendo lentamente. Conforme mas iban
subiendo, Enor notaba que la columna era más difícil de mantener. Dentro de
poco dejaría de ser sólida. Y entonces caería a una muerte segura. Pero ahora
mismo era el menor de sus problemas. Su brazo derecho se había convertido por
completo en arena, y ya no podía moverlo. No podía deshacerse del gronko, que
se había aferrado a él con brazos y piernas, enganchado a su espalda. No podía
permitir que lo que allí estaba pasando llegara a otro lugar. Aun quedaban
muchos guardias en las murallas de la ciudad. ¿Pero acaso podrían mantener esa
horda? Entre los enfermos había guardias, entre los muertos también. Las
puertas del palacio ya habían caído, y los gritos al otro lado de sus muros
resonaban por toda la ciudad. Solo él podía detener aquello… Así que deshizo la
columna de arena y se dejó caer. Aquellos que escalaban la columna cayeron uno
sobre y otro y sobre la multitud que los esperaba abajo, pero nadie pareció
darle importancia. Todos estiraban los brazos hacia él mientras lo veían caer.
El gronko lo soltó, y caía a su lado, mientras trataba de agarrarlo entre sus
garras. Le vio la cara, y pudo ver que le faltaba parte de cráneo… Mientras caía
concentró todo su poder en todo su cuerpo. No dudó en sacrificar su propia
esencia, manteniendo la justa para seguir vivo. Y cuando impactó contra el
suelo, liberó su poder, con su último aliento de vida. Lo último que vio,
fueron enormes muros de arena elevándose al otro lado de las murallas de la
ciudad…
ONIX
Consiguió salir de nuevo a la superficie del desierto. Todos los túneles habían cedido, y al final incluso el engendro creado por el Necronomicon fue sepultado. Pero no murió… Solo habían dañado a una parte de él. Mientras la otra no ardiera, el engendro seguiría vivo. Pero había conseguido que él mismo creara una prisión que lo mantuviera cautivo. Tardaría años en salir de ahí. Hizo detenerse al golem, y miró al horizonte, hacia el lugar donde se encontraba la ciudad de Bong Daghet. Había sentido como el desierto se alzaba, furioso. La ciudad había desaparecido, bajo toneladas de arena. Sintió como las almas de los vivos lloraban ante su destino, mientras las de los muertos gritaban furiosas, pues ya no podrían escapar de ahí. Todo en Bong Daghet pereció, y lo que ya estaba muerto, simplemente se quedó, inmovil, esperando. El sacrificio del paladín había valido la pena. Al menos por un tiempo. Los muertos lograrían escapar en unos años, movidos por el hambre insaciable, y entonces… Aun no había llegado ese día. Todo acababa de empezar. El Necronomicon había sido robado, y alguien había usado ya su poder. Todos estaban condenados. No pudo ayudar a la mujer, ¿cómo iba a poder ayudar a todo un mundo? Si ella hubiese sobrevivido, podría haber avisado a los hombres de Edem, se hubiesen unido al resto de razas y habrian luchado contra su enemigo antes de que fuese demasiado tarde. Pero ya no había tiempo. No había esperanza. Aun así, debía intentarlo. Solamente intentarlo… El golem, siguiendo sus deseos, se introdujo andando en las arenas al rojo vivo del yunque del sol.
Consiguió salir de nuevo a la superficie del desierto. Todos los túneles habían cedido, y al final incluso el engendro creado por el Necronomicon fue sepultado. Pero no murió… Solo habían dañado a una parte de él. Mientras la otra no ardiera, el engendro seguiría vivo. Pero había conseguido que él mismo creara una prisión que lo mantuviera cautivo. Tardaría años en salir de ahí. Hizo detenerse al golem, y miró al horizonte, hacia el lugar donde se encontraba la ciudad de Bong Daghet. Había sentido como el desierto se alzaba, furioso. La ciudad había desaparecido, bajo toneladas de arena. Sintió como las almas de los vivos lloraban ante su destino, mientras las de los muertos gritaban furiosas, pues ya no podrían escapar de ahí. Todo en Bong Daghet pereció, y lo que ya estaba muerto, simplemente se quedó, inmovil, esperando. El sacrificio del paladín había valido la pena. Al menos por un tiempo. Los muertos lograrían escapar en unos años, movidos por el hambre insaciable, y entonces… Aun no había llegado ese día. Todo acababa de empezar. El Necronomicon había sido robado, y alguien había usado ya su poder. Todos estaban condenados. No pudo ayudar a la mujer, ¿cómo iba a poder ayudar a todo un mundo? Si ella hubiese sobrevivido, podría haber avisado a los hombres de Edem, se hubiesen unido al resto de razas y habrian luchado contra su enemigo antes de que fuese demasiado tarde. Pero ya no había tiempo. No había esperanza. Aun así, debía intentarlo. Solamente intentarlo… El golem, siguiendo sus deseos, se introdujo andando en las arenas al rojo vivo del yunque del sol.
todos muertos!!!
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