10 años antes del Apocalipsis, Desierto del Este
MAIRA
Era su segundo
día de viaje. Según Kalim, ya quedaba poco para que llegaran a la entrada de la
que les habló Turek. Agradecía al mercader que se alejara de la brecha, aunque
suponía que solo lo hizo porque la ruta así lo requería. Al recordar el extraño
abismo que cruzaba el desierto, la recorrió un escalofrió. ¿Hasta dónde
llegaba? Tal vez lo hubiese provocado un terremoto, como afirmaba sin
preocupación el hombrecillo. Crista no estaba de acuerdo. Según ella si eso lo
hubiese hecho un terremoto, hubiese sido de tal magnitud que ellos lo hubiesen
notado en muchísimos kilómetros. Incluso Bong Daghet hubiese sufrido la
catástrofe. Cuando volviese a palacio debía informar al consejo del rey de
aquello. Se quitó el turbante, que le pesaba ya una barbaridad, y de este
chorreó una cantidad de sudor considerable. Acabaría por deshidratarse a ese
paso, estaba segura. Menos mal que tenían agua en abundancia, aunque debido al
calor parecía caldo. Era ya casi de noche, pero el calor no mitigaba. Se notaba
que estaban cerca de la superficie del sol. Tras colocarse el turbante, fue
junto a sus compañeros, a ver si así podría entretenerse y dejar de lado sus
preocupaciones. Crista estaba asomada a la plataforma, mirando hacia abajo.
Ella se asomó también, a la vez que saludaba a Crista. Esta le sonrió.
-
¿No es maravilloso? ¡Se mueve, sin ningún tipo de mecanismo!
La
joven estaba encantada con el golem. Decía que en Priscilio tenían autómatas
capaces de cumplir pequeñas órdenes, pero nada como un golem.
-
Es por la magia. Magia antigua, ya nadie la conoce. Por todo su cuerpo
hay talladas runas que atrapan la energía ambiental y lo impulsan.
-
¿Y quienes podían hacer algo así?
-
Una antigua raza. Hace siglos que desaparecieron. Por lo visto no se
llevaban muy bien con los gigantes. – Se sabía muy poco de los creadores de las
runas, pero Maira siempre los había considerado unos imbéciles. ¿A quién se le ocurría
atacar a los gigantes? Era un suicidio,
por fantástica que fuese su magia. – Apenas queda nada de su civilización. Solo
se sabe de seis golems activos, aunque están tan dañados que apenas pueden
moverse.
-
¡Pero este sí! ¡E incluso puede hablar!
Eso era
lo que más le gustaba a Crista, y lo que más le inquietaba a ella… Los otros golems
no eran capaces de hablar, simplemente de cumplir órdenes. Se les mantenía
trabajando dia y noche, ya que nunca se cansaban y no necesitaban parar. Eran
una reliquia en muchos aspectos, y se pagaban enormes sumas de dinero por
ellos. En Palacio había dos, aunque ella no sabía a qué se dedicaban
exactamente. Simplemente hacia girar un gigantesco disco metálico.
-
Antiguamente – la voz de Inflame siempre la sobresaltaba. Se puso a su
lado sin que apenas lo notase, al menos en principio, porque enseguida comenzó
a sentir el horrible calor – se creía que para crear un golem, debía
sacrificarse a una persona. El alma de esta era atrapada en una de las runas.
El golem es una prisión para ese ser.
-
¿Quieres decir que el golem está realmente vivo? – los ojos de Crista
brillaban ante la idea. A ella le parecía horrible.
-
¿Cuántos años tienes, Inflame?
-
Ciento cuarenta y dos, segundos vuestros estándares.
-
¿Y según los vuestros?
-
Nosotros no medimos la edad como vosotros.
El
elementoide se giró y volvió a alejarse. Había sido un error preguntarle
aquello. Nunca hablaba demasiado sobre los suyos. ¿Serian todos los
elementoides así? Tenía entendido que los de viento eran bastante charlatanes.
Miro abajo, al golem. Este caminaba con pasos pesados pero incesantes tras
ellos. Su ritmo era constante, nunca disminuía. Entre sus manos seguía
sujetando al niño. Cuando lo desenterraron, no lograron que la criatura les
permitiera cogerlo para ayudarle. Simplemente permitió que le diésemos agua,
<A…gua… para A…mo>, esas fueron sus primeras palabras cuando bajaron.
Tras eso, nada más. Agarraba el pequeño cuerpo con gesto protector, y cuando
ella intentó cogerlo para ver si le sucedía algo grave, los ojos del golem
emitieron un fulgor rojo que la aterrorizaron. Kalim le pidió que no molestaran
a “su gran amigo”. Hablaba con el golem como si fuera una persona cualquiera.
Incluso lo invitó a ir con ellos. El golem no contestó, pero cuando reanudaron
la marcha sabiendo que no iban a poder nada más de la criatura de piedra, el
golem comenzó a andar tras ellos. Ya llevaba casi un día siguiéndoles. El
mercader estaba bastante contento por esto. El golem parecía viejo, mucho más
viejo que cualquiera que ella hubiese visto antes. No estaba tan bien esculpido
como el resto de golems, que parecían armaduras de roca enormes. Este era como
un montón de rocas que formaban un cuerpo humanoide. Tan solo su cara y manos
habían sido cinceladas con cuidado. Apenas se podían distinguir las runas de su
cuerpo, por la erosión que parecía haber sufrido con el paso del tiempo la
piedra que lo componía.
-
Se mueve… - Crista le tiraba de la empapada manga de la camiseta, sin
dejar de señalar al golem.
-
Ya sé que se mueve, Crista, lleva horas andando detrás de nosotros.
-
El golem no, el niño.
Efectivamente,
pudo ver como el niño se movía levemente. Al poco, se restregó los ojos y se
desperezó como si solamente hubiese estado durmiendo. El se sentó, y miró hacia
ellos. A través de su catalejo, Maira pudo ver que los ojos del niño eran
brillantes, como oro líquido. La miraban fijamente, con una cara totalmente
inexpresiva. El niño se agarró al brazo del golem, abrazándolo, sin dejar de
mirarla. < ¿Nos tiene miedo?> El golem lo estrechó aun mas contra si,
como si lo abrazara. El cerró los ojos ante este gesto, y sonrió.
-
¡¡Se ha despertado!! ¡¡El niño ha despertado!! – Crista daba saltos de
alegría, dirigiéndose hacia el resto de los viajeros. Inflame se elevó algunos
metros en el aire, observó unos segundos, y volvió a posarse sobre la
plataforma. Kobra y su amo hablaron en voz baja, y finalmente este último hizo
detenerse al Lefentauren.
El
nagah descolgó la escalerilla, y bajaron. El golem se había parado junto a
ellos. El niño abrazaba con fuerza al ser de roca, sin dejar de mirarlos con
sus ojos dorados. Tal vez les tuviera miedo, como ella temía. No le extrañaba,
pobre chico. Decidió acercarse a él e intentar tranquilizarlo. Pero el mercader
se adelantó.
-
¡¡Amigo mío!! ¿Te encuentras ya bien? Me alegra ver que has
despertado. ¿Tienes hambres, sed? ¿Puedo ofrecerte algo? Lo que necesites, no dude
en pedírmelo. Tu amigo Kalim Bugareth no dudará en ayudarte. ¿El golem es tuyo?
Es maravilloso. Aunque veo que tiene algunos desperfectos. Tal vez quieras
cambiarlo por algo más útil, como un Lefentauren. ¿Cuánto pides por él? Puedo
pagarte mucho, amigo mío. ¿Quieres un Lefentauren, dos? Yo te los regalo a
cambio de librarte de esa carga.
El
mercader no paraba de hablar, y a toda velocidad. El niño lo miraba sin
pestañear, y cada vez sujetaba más fuerte al golem. Este alzó el brazo, lo que
simplemente obligó a Kalim a dar un salto hacia atrás, y retomar de nuevo su
perorata como si nada. El golem posó al niño sobre su hombro derecho. Este
sentó y los miraba desde arriba, pero seguía sin decir nada.
-
¿No te interesa? Puedo ofrecerte una casa. Pareces un pobre huérfano,
¡una casa en la gran ciudad solucionaría tu vida! Incluso puedo conseguirte
algún esclavo. ¡Esclavos humanos y una casa a cambio de tu golem! Es mi última
oferta, ¡y salgo perdiendo!
Nada,
seguía sin hablar. El golem permanecía totalmente quieto, como si realmente
solo fuese una estatua. Estaba claro que el mercader solo había decidido
ayudarlo para conseguir ese golem. Seguramente si no fuese porque estaban ellos
delante no dudaría en robarlo.
-
¿Entiendessss nuessstra lengua? – el nagah estaba justo tras su amo,
que parecía bastante molesto ante la actitud del niño.
El niño
miró al nagah, y asintió. Le alegró saber que les entendía, pero no podía
evitar preocuparse por él. Se acerco unos pasos.
-
¿Dejas que te quitemos las cadenas? Debes estar incómodo así.
Los
grilletes aun apresaban los tobillos del niño, unido mediante a una gruesa
cadena. Habían llegado a la conclusión de que el chico debía ser un prisionero
de los gronkos. Estos atacaban constantemente caravanas que atravesaran el
desierto, u asentamientos de las tribus nómadas. No resultaría extraño que
tomaran prisioneros, para a saber que oscuros propósitos… El niño levantó sus
piernas y miró las cadenas, como si se acabara de dar cuenta de que las
llevase. Metió sus manitas dentro de uno de los saquitos, y sacó un pequeño
frasco lleno de un líquido verde. El niño estiró las piernas y vertió el
líquido sobre la cadena. Al contacto con el metal, el líquido comenzó a
ebullir, dejando escapar un hilo de humo. Finalmente, el metal fue
corroyéndose, y la cadena se rompió. El niño señaló la cadena rota, y sonrió
hacia ella. Se quedó sin saber que decir durante unos segundos, y después le
inundó una gran sensación de felicidad. Casi se le saltaron las lágrimas, y ni
siquiera sabía por qué. Simplemente, le hizo feliz verlo sonreír.
-
¡Veo que eres una caja llena de sorpresas, amigo mío! No te haré
hablar ahora, pero piénsate mi oferta, ¿vale? Eres nuestro invitado. Acompáñanos,
y podrás comer y beber de mi mesa. Cuando terminemos este trabajillo, te
llevaré a mi casa, y allí hablaremos, ¿de acuerdo?
De
nuevo, el niño simplemente lo miraba, aunque desapareció su sonrisa. Apoyó su
cabeza en la del golem, como si estuviera cansado, mientras rodeaba el grueso
cuello de este con los brazos. Los ojos del golem volvieron a iluminarse, y su
voz retumbó.
-
Mi amo os acompañará en vuestro viaje
Tras
esto, el golem comenzó a andar de nuevo, sin esperar a nadie, como si supiera
hacia donde se dirigían. El mercader se frotó las manos, y sin borrar su
sonrisa, subió sobre el Lefentauren. El resto le siguieron, y cuando el nagah
recogió la escalerilla, reanudaron el viaje, tras el golem.
Después de una hora o dos, el Lefentauren volvió a detenerse. ¿Habían llegado ya? Maira se asomó, pero lo que vio la horrorizó. Delante de ellos, la arena del desierto humeaba… ¿Eso era la superficie del sol? Entonces… ¿Cómo diablos debía ser el yunque?
Después de una hora o dos, el Lefentauren volvió a detenerse. ¿Habían llegado ya? Maira se asomó, pero lo que vio la horrorizó. Delante de ellos, la arena del desierto humeaba… ¿Eso era la superficie del sol? Entonces… ¿Cómo diablos debía ser el yunque?
-
Hemos llegado antes de lo que esperaba. Podéis descansar,
proseguiremos cuando llegue la noche – el mercader la miro, divertido. A él no
parecía afectarle el clima, era increíble. Crista, a su lado, también estaba
sudando, aunque ella había optado por quitarse la camiseta y cubrir su pecho
con un simple trozo de tela. Ella no podía hacer eso… se consideraba una mujer
decente.
El sol
casia había desaparecido ya por el horizonte, y aun así… hacía un calor
abrasador. Tal vez era hora de ser algo indecente.
CRISTA
Habian
esperado a que llegara la noche junto a Inflame. Este les dijo que debían
acercarse a sus llamas, para no dejar que su temperatura corporal bajara. Decía
que en la superficie había zonas en las que notabas un cambio de temperatura de
casi cuarenta grados con dar un solo paso. Incluso el mercader y el nagah
estaban junto a ellos. Decían que era necesario para disminuir el impacto del
cambio de temperatura y que su cuerpo no sufriera un colapso. Pero se estaba
abrasando, y Maira parecía sufrir de verdad. Trataron de subir al niño, ya que
eso parecía realmente importante. Pero el golem les impidió acercarse, y al
niño no parecieron importarle sus argumentos. Inflame les dijo que les ayudaría
durante el tiempo que tuvieran que andar por la superficie del sol, absorbiendo
la temperatura ambiente. No sabía que el elementoide pudiera hacer eso, pero
según les dijo a todos, si no fuese por él, probablemente Maira ya hubiese
muerto deshidratada hace tiempo. Una vez llegó la noche, avanzaron en el
Lefentauren, introduciéndose en la zona humeante del desierto. En apenas un
minuto, el calor aumentó increíblemente. Las llamas de Inflame crepitaban, las
llamas parecían danzar en su cuerpo con colores increíbles. Azul, verde,
blanco… El elementoide permanecía completamente quieto y en silencio. La
temperatura comenzó a disminuir, pero muy levemente. Continuaron, y a cada
minuto el calor era más insoportable. Maira parecía a punto de perder la
consciencia, tenía varios barriletes de agua junto a ella, tratando de
refrescarse. Crista miraba el desierto, tan maravillada como aterrada por ese
espectáculo salvaje. De la arena crecían volutas de humo, que se elevaban en la
noche. La luna amarilla estaba llena, iluminando increíblemente bien el
desierto. Inflame les dijo que cuando pisaran tierra, no permanecieran con el
pie más de tres segundos en un mismo sitio, o se abrasarían, pero el
Lefentauren caminaba, como si nada. A su lado, el golem llevaba sobre su hombro
al niño. Este no tenía ni una sola gota de sudor en su frente. Miraba hacia el
horizonte fijamente, como si nada. Por todo el cuerpo del golem había numerosas
marcas que brillaban con una luz rojiza. Cuando pasaron algunas horas, según
pudo ver Crista en su reloj, aunque se le había antojado una eternidad, el
calor ya era simplemente insoportable. Si se quitaba mas ropa, se quedaría
desnuda. Realmente se estaba planteando seriamente hacerlo, si no fuera por el
mercader y su guardaespaldas. Maira estaba tumbada en el suelo, exhausta. No
para de decir que iba a morir, y deliraba hablando de su hija.
-
Ya estamos junto al yunque – informó Kalim, frenando al animal.
Crista
se asomó y miro el desierto. La arena tenía un color rojo vivo, le recordaba al
magma. El elementoide les dijo en esa zona, la temperatura se elevaba centenas
de grados, nada podía vivir ahí salvo ellos. Desde que llegaron a la superficie
del sol el elementoide había hablado mas en todos los días que llevaba con él.
Al parecer, su verdadera misión comenzaba en este lugar. Mientras observaba las
arenas del yunque, vio algo que atrajo su atención. Era una silueta. Había
alguien allí, de pie.
-
Inflame, hay alguien en el yunque.
-
¿Cómo? Debe ser un elementoide. Iré a hablar con él.
Cogió
el catalejo de Maira y miró a través de él.
-
No, no es un elementoide – dijo mientras intentaba comprender como era
aquello posible – Es una mujer. Lleva una túnica negra que la cubre casi por
completo, pero veo su cara. Mira hacia nosotros – la veía perfectamente,
caminando hacia ellos a través de la arena al rojo vivo.
-
¡¿Una mujer?! Imposible, en ese lugar su cuerpo debería haber
estallado en llamas.
El elementoide
se elevó, y miró en la misma dirección que ella.
-
Es… imposible.
Se
quedó paralizado. Era la primera vez que detectaba sorpresa en la voz del
elementoide. Ambos se quedaron mirándola, incrédulos. Si no fuese porque el calor
allí era terrible, no creería lo que el elementoide decía de ese lugar, pero
viendo como estaban ellos allí, y viendo el color de esa arena… Le resultaba
imposible pensar que esa mujer caminara como si nada por ahí. Siguió andando,
hasta abandonar las arenas rojas… y desapareció de su vista.
-
Sea quien sea se nos ha adelantado, amigos míos – dijo el mercader
mientras miraba el mapa.
-
¿Qué?
-
Acaba de entrar en el conducto a los acueductos. Está aquí marcado,
mira.
Crista
no era capaz de comprender ese mapa, pero si eso era verdad… ¿Por qué? El
mercader parecía bastante disgustado, guardó el mapa y dio órdenes a Kobra para
que bajara la escalerilla.
-
Ya estamos muy cerca, amigos. No quiero que mi bello animal se acerque
más al yunque, por si acaso. Desde aquí solo serán unos metros a pie. Confío en
que no resulte una molestia para unas personas tan capaces como ustedes.
Recogieron
lo justo para la expedición. Según los planos de los acueductos que había
podido estudiar, esa entrada no estaba muy lejos del núcleo, así que no
necesitarían muchos víveres. Confiaba en que en los túneles bajo el desierto,
cerca de toda esa agua, Maira mejorase. Sin duda debía haber mucho menos calor.
Rezaba por ello. Ella tan solo cogió su caja de herramientas y algunos pellejos
de agua. A Maira tuvieron que bajarla entre todos. El problema fue cuando
tuvieron que andar, ya que apenas podia mantenerse en pie. Pero el golem pasó a
su lado, la cogió con su enorme mano, y se la llevó a cuestas. Ella apenas
parecía enterarse de lo que ocurría. Todos caminaron rápido, junto al
elementoide. De vez en cuando se echaban agua por encima, pero estaba comenzaba
a echar vapor poco después. Tras unos minutos insoportables llegaron a una
especie de entrada de un conducto subterráneo. Estaba a nivel del suelo, y
desde lejos era imposible verlo, pero desde cerca era claramente visible.
Crista no notaba ni una brisa de aire en ese lugar, por lo que no había arena
que ocultase la enorme puerta. El elementoide les contaba que la mujer no debía
de ser más que un espejismo. Se negaba a
creer que una mujer hubiese caminado sobre el yunque sin problema alguno.
-
Está abierta… - dijo ella, para disgusto de Inflame. No podía ser un
espejismo. Algo había entrado ahí.
Comenzaron
a bajar las escaleras que se internaban en el oscuro túnel. Al pasar junto a la
puerta, Crista miró extrañada como algunas zonas de la puerta estaban oxidadas,
y quebradas. Continuaron descendiendo, durante decenas de metros, hasta llegar
a un pasillo. Era bastante amplio, de modo que el golem podía moverse sin problemas
junto a ellos. Tan solo las llamas de Inflame iluminaban el camino. El fuego
del elementoide había vuelto a su tono rojizo, señal de que ya no estaba absorbiendo
el calor ambiental. Allí abajo hacía calor, pero era una mejora excepcional comparada
con la superficie. Con el plano entre las manos, comenzó a guiar el grupo,
internándose en los túneles. Ahora comenzaba su trabajo, para bien o para mal.
MAIRA
Estaba
mareada, pero lo prefería al calor asfixiante que había llegado a sentir.
Realmente había llegado a temer por su vida. Y lo peor era el miedo a no volver
a ver a su hija. No recordaba cómo habían llegado allí. Crista le había contado
que había caído inconsciente, y que el golem la había llevado desde entonces.
Se asustó mucho cuando recuperó la consciencia y vio la criatura lo tenía entre
su mano. Lo primero pensó es que iba a aplastarla. Pero vio los ojos dorados
del niño, su sonrisa, e instantáneamente el temor la abandonó. A su lado
incluso no sentía calor. Ya no era solo que allí abajo la temperatura fuse
mucho más estable, si no que él tenía algo… no sabía cómo explicarlo. ¿Magia? En
los oscuros túneles no había luz, aunque el fuego de Inflame, y la luz que nacía
de un extraño casco que llevaba Crista, ella decía que solo era un casco con
linterna, a saber qué era eso, los ayudaba bastante. También le hablaron de la
extraña mujer que habían visto sobre el yunque, y que se había metido en los
túneles poco antes que ellos. A Kalim no parecía preocuparle, aunque Inflame
estaba bastante alterado con el tema.
-
¿Y qué importa esa mujer? Arreglemos el problema y volvamos a la
ciudad. Allí os invitaré a un gran banquete en mi humilde morada para celebrar
nuestro éxito.
-
¿Y si esa mujer tiene algo que ver con lo que ha sucedido? No sirve de
nada arreglar esto si el auténtico problema sigue aquí – no era tan descabellado,
creía ella. Era demasiada casualidad que hubiese alguien allí con lo que estaba
ocurriendo.
-
Oh, una gran idea, amiga mía. Kobra, ¿por dónde ha ido esa mujer? No
voy a dejar que nos estropee el trabajo y me haga perder mi hermosa inversión.
El
nagah cerró los ojos y pareció olfatear el aire unos segundos, luego volvió a
abrirlos, mientras su lengua se escondia y aparecía constantemente.
-
Sssi, ssin duda. Detecto una fragancia femenina. Sssu fuente de calor
también esssta cerca. Ssssiguiendo essste misssmo túnel.
-
Pues ale, a darle caza. Y si lleva dinero, es mío.
-
Espera, no podemos matarla sin saber nada – Maira estaba escandalizada
ante la idea. No había ido allí a ejecutar a nadie.
-
¿Por qué no, señorita Maira? Si ha sido ella la causa, sin duda merece
un castigo.
-
Eso es cierto, pero el castigo se lo dará el rey, no tu. Y tan solo si
se demuestra que es culpable.
-
¿Y qué propones, querida amiga?
-
Interroguémosla, y apresémosla en caso de ser culpable. Ahora mismo
solamente es sospechosa.
-
Como mandéis. No quisiera disgustar a mis amados amigos de palacio. Ya
has oído, Kobra, nada de muertes, ¿entendido?
El
nagah asintió, y reanudaron la marcha. El elementoide no había dicho nada,
aunque se quedó mirándola fijamente cuando dijo que no mataran a la mujer. No sabía
si era por aprobación o por todo lo contrario. Continuaron por el conducto, de
cuyos laterales nacían nuevos túneles más pequeños, según Crista conductos
secundarios que llevaban a algunas zonas de los brazos de los acueductos. El
que ellos seguían iba directo a uno de los numerosos depósitos de agua.
Continuaron, hasta salir a una zona bastante más amplia, de forma circular. En
esta se interconectaban varios túneles mas, igual de grandes que por el que habían
llegado. En la pared rocosa junto a la salida del túnel había una placa
metálica en la que ponía “SALA 113-A”. El techo de la sala se elevaba muchos
metros, y en el centro había un enorme depósito metálico. Y allí estaba ella.
La mujer estaba cubierta por completo por una túnica negra, que solo dejaba ver
el poco pelo rubio que se deslizaba bajo la capucha. La mujer estaba de
espaldas a ellos, y no parecía haberse dado cuenta de su presencia. Manipulaba
una especie de manivela circular. Maira reunió todo el valor que pudo
encontrar, y habló. Después de todo, ella era la voz de la corona en ese lugar.
-
Quieta dónde estás, en orden del rey Kaine I de Edem.
Kobra e
Inflame se movieron hacia la mujer, el primero con su hacha entre las manos, el
segundo flotando sobre el suelo. Ninguno se acercó demasiado, simplemente
trataban de cortar su huida por si intentaba escapar.
-
Gírate, despacio.
-
¿Habéis visto a Allan? – Su voz era dulce, cantarina. Sin embargo, no
obedeció, y siguió girando la manivela.
-
¡¿Qué?! – no se esperaba, ni entendía, esa pregunta. Pero no iba a
dejar que ignorasen una orden directa de ese tipo – Te he dicho que te des la
vuelta. No hagas nada extraño, no quiero que sufras daños.
Soltando
la manivela, comienzó a girarse lentamente. Cuando se volvió del todo hacia ellos, consiguieron verle por
fin bien el rostro. Era probablemente la mujer más bella que había visto en su
vida. Sus ojos verdes la miraban, apenados. Casi parecía a punto de llorar…
-
Estoy buscando a Allan – dijo mirándolos a todos uno a uno -, no hay
ni rastro de él.
-
¿Qué? – seguía sin comprender a que venían esas preguntas. ¿A caso
estaba ignorándola adrede?
-
¿Qué eres? ¿Cómo has podido sobrevivir en el yunque?
La
mujer ladeó la cabeza, mirando a Inflame tras su pregunta. Su rostro seguía reflejando
una tristeza enorme. Casi dolía mirarla.
-
Es una larga historia. Debo encontrar a Allan.
La
mujer se giró, ignorándolos, y se dirigió a uno de los túneles que nacian de la sala. Kobra no tardó en situarde frente a ella, cortandole el paso. Ella se detuvo, pero ni si quiera le miró, simplemente
desvió su mirada al techo, ausente.
-
¿Quién demonios es Allan? – el mercader parecía ya impaciente con
tanta tontería.
-
Allan… - las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas – Es mi
compañero. El también ha sobrevivido. Lo he oído llamarme – bajó su mirada, clavándola
en los ojos de Kobra, y cuando volvió a hablar se dirigió directamente a él - ¡¿Es que no
me crees?!
Tras
esto se llevó las manos a la cabeza, tirandose del pelo, y comienzó a gritar con una voz aguda y ensordecedora. <¿Qué le pasa?
¿Está loca> Kobra miraba a Kalim, parecía confuso, no sabía qué hacer. El
mercader no estaba mucho mejor, miraba con las cejas enarcadas a la extraña
mujer mientras trataba de taparse las orejas. El grito inesperado fue tan agudo y potente que obligó a muchos a
taparse los oídos.
-
¡¿Sobrevivir a qué?! ¡¿Habéis estropeado vosotros los acueductos?! –
Crista era la única junto a Inflame que no se había tapado los oídos. Al menos
no con las manos. Llevaba unas extrañas orejeras bajo el casco. Gritaba al
hablar, para hacerse oír por encima del horrible chillido.
La
mujer dejó de gritar, y volvió a centrar su atención en ellos, como si no
hubiese sucedido nada. <Si, sin duda está loca… Esto puede acabar mal si no
llevamos cuidado>
-
No… Fue el destello.
-
¿Destello? – de nuevo no sabía a qué se refería. Todo eso estaba
siendo una pérdida de tiempo, tenían una misión más importante que cumplir y poco tiempo que perder.
-
El brillo de la muerte. Cruzó el desierto… Partió suelo y techo en
dos.
-
¡Ya se! – dijo Crista, dando saltitos. Parecía a la que menos le
extrañaba y molestaba la situación - ¡¡Eso fue lo que causó la cicatriz!! ¡La
brecha que vimos antes! – Era posible, después de todo era la primera
explicación que recibian, por leve que fuera, de ese extraño fenómeno… ¿Pero qué causó ese destello?
-
Allan y yo… - continuó la mujer, al tiempo que sus ojos volvían a
humedecerse –Allan y yo somos los encargados de los acueductos. Simplemente veníamos
a realizar la revisión rutinaria anual. El brillo nos alcanzó a ambos – su mirada
se clavó en el suelo – Paso por encima de nosotros… a través de nosotros…
-
Un momento – eso era demasiado. Estaba cansada de locuras - ¿Quieres
decir que lo que causó esa brecha os atravesó y aun así habéis sobrevivido?
¿Hablamos de la misma cosa que destruyó el campamento gronko y los convirtió en…
cadáveres mutilados… andantes?
-
Estoy viva, es lo único que sé. Eso… y que Allan también lo está. Pero
no lo he visto… - las lagrimas comenzaron a caer de sus ojos, a sus pies – Se que está en
algún lugar por estos túneles, pero no he logrado encontrarle. Presiento que
está en peligro. Él también me está buscando. A veces lo oigo llamándome.
-
¿No serás un Zombie? – la pregunta provenía de Crista, pero ella
también había llegado a pensarlo. Había viejas historias de terror, en las que
poderosos magos negros eran capaces de crear muertos vivientes… La mujer respondió
con una pequeña risa, que acabó convirtiéndose en una carcajada descontrolada e histérica.
Pero igual que pareció perder el control en un segundo, al siguiente volvió a tomar su actitud
tranquila y triste.
-
¿Cómo se sabe si se es un zombi? No… Sé que estoy viva, lo sé. Pero
también me siento rara. Desde que me sucedió eso, ya no siento calor ni frio.
Pero he notado algo más…
La
mujer se giró, dandole la espalda a Kobra, y miró a Inflame. Comenzó a andar
hacia él. Él se mantuvo firme, flotando mientras miraba como la mujer se le
acercaba. Hasta que el cuerpo del elementoide comienzó a perder brillo y altura…
y cayó al suelo, desplomado. Sus llamas parecían estar apagándose. El
elementoide se retorcía, entre gritos de dolor. Kobra dio un enorme salto,
llegando hasta ella. La cogió entre sus brazos y la aleja del elementoide,
empujándola lejos. Una vez consiguió alejarla varios metros de él, el cuerpo del elementoide empezó
a recuperar el brillo e intensidad de sus llamas.
-
¿Lo veis? – dijo ella completamente tranquila, como si no le importara
lo que acababa de hacer.
-
¡¿Qué le has hecho?! – Maira estaba enfureciéndose por la actitud de la mujer.
-
Es la magia. La magia ya no existe. No a mi alrededor… ¿Creéis que
esto es lo que me impide ver a Allan?
La
mujer volvió a girarse, dándoles la espalda a todos, y a andar hacia el mismo
túnel al que se dirigió la primera vez.
-
Voy a buscar a Allan – anunció con un matiz triste – Si lo veis, por
favor, decidle que lo estoy buscando.
El
nagah se muevió de nuevo hacia ella, dispuesto a detenerla. Cuando la agarró, la
mujer soltó otro grito, solo que esta vez mucho más potente. Inflame
volvió a caer al suelo, mientras sus llamas, de nuevo, comenzaban a apagarse.
Pero no solo eso. Tras ella, escuchó un fuerte golpe. Asustada, se giró. Vio al
golem de espaldas en el suelo, completamente quieto mirando hacia el techo. No había
atisbo de luz en sus ojos. El niño estaba en pie sobre el pecho del golem,
mirando fijamente hacia la mujer. Pero lo que más le preocupaba en ese momento era el
elementoide. Parecía estar sufriendo muchísimo, no sabía qué pasaría si se
apagaba, pero no quería arriesgarse a perderlo.
-
¡¡Suéltala!! – gritó - ¡¡Maldita sea Kobra, suéltala!! – No sabía si
era buena idea dejarla ir, aunque tampoco parecía que tuviera nada que ver con
la avería… si algo de lo que ha dicho era cierto, y no más que simples desvaríos, no parecía tener nada que ver con lo ocurrido.
Tampoco parecía que fuese a interponerse en su camino. ¿Quería buscar a ese tal
Allan? Pues que se largara y buscara tranquila.
El nagah
la soltó, tras un leve asentimiento por parte del mercader, que estaba de rodillas en el
suelo apretandose el turbante sobre las orejas. Ella en seguida dejó de gritar. Volvió
a mirar hacia el túnel, y sin perder tiempo, se dirigió hacia él, desapareciendo
en su interior. El elementoide se quedó tendido en el suelo, aunque se movía, y su fuego volvía
a recuperar intensidad poco a poco. Sus movimientos eran lentos y algo torpes. No dijo
nada, simplemente miró al túnel por el que ella se fue, y luego sus manos, que volvían
a estar envueltas en sus poderosas llamas. El golem volvió a alzarse como si
nada. Recogió al niño, y de nuevo lo puso sobre el hombro. Al dueño del golem
no parecía importarle demasiado lo que acababa de ocurrir, o no dabas muestras de ello. Cristal se acercó a
Inflame, preocupada. Ella la siguió.
-
¿Estás bien, Inflame? – parecía realmente inquieta. Les había cogido
cariño a todos rápidamente.
-
Yo… No lo sé. Era como si la vida hubiese comenzado a abandonarme. ¿De dónde ha sacado esa mujer ese poder?
-
No os preocupéis por ella, mis buenos amigos. Ya se ha ido. Ahora deberíamos
dirigirnos al núcleo, y ver si podemos salvar mi bonito país, ¿no creen?
-
Si, tienes razón. ¿Puedes levantarte, Inflame? – tendió la mano hacia
su compañero. Lo que menos le preocupaba ahora era el calor. Este se la aferro
y dejó que la ayudara a erguirse. – Continuemos. Tú guías, Crista.
CRISTA
Ese
lugar era una obra de ingeniería. Todos los caminos convergían en grandes salas
donde los depósitos succionaban el agua del subsuelo. Desde allí el agua era
enviada al núcleo, y esta a su vez la bombeaba por los acueductos a todo el
desierto. En cierto aspecto, era el corazón de ese lugar, que hacía que él
líquido de la vida llegara a cualquier lugar. Pero encontró muchas cosas
preocupantes. Una de ellas, cada vez que cruzaban una puerta, esta está rota.
La manivela y el mecanismo de cierre estaban completamente deteriorados, como
si hubiesen sufrido la fricción de cientos de años. Se suponía que había un
equipo de mantenimiento que iba de vez en cuando a encargarse de esas cosas,
¿no? Lo más raro es que el resto de la puerta estaba en perfecto estado, al
menos en la mayoría, en otras incluso la puertas estaban oxidadas. Lo segundo,
a pesar de que había bombillas a lo largo de todo los túneles, estas no podían encenderse.
Encontró varios paneles que controlaban la iluminación, pero estos también
estaban completamente estropeados. Sus mecanismos no funcionaban, estaban desgastados
y viejos. Todo allí necesitaba una renovación, de arriba abajo. Informaría al
ingeniero jefe de Priscilio cuando regresara de la situación. También había comenzado
a preocuparse por la extraña mujer… Si realmente a su alrededor no había magia,
ella podría ser la causa del problema. El motor central no era pura tecnología,
para que su rendimiento no cesase, se le aplicaron numerosas mejoras
mecamágicas. El poder de esa mujer sería capaz de frenar el funcionamiento, sin
duda. Si cuando arreglase el problema resultaba ser ese, deberían encontrarla y
llevársela de allí. Aunque en realidad la chica le daba pena…
-
¿Essscuchaisss esso? – el nagah, que iba junto a ella, la hizo detenerse.
Tras ellos, el resto también se paró.
-
¿Qué pasa, Kobra? No me hagas perder el tiempo, quiero salir de aquí
ya. ¡Reza porque cuando salgamos no me hayan robado el Lefantauren!
-
Ssson golpesss sseñor, a lo lejosss. ¿Metal? Sssi, ess metal. Frente a
nossotrosss.
Ese
túnel llevaba directo a una sala enorme. Una de las muchas salas de máquinas que
controlaban conductos secundarios. Tal vez fuese alguna avería.
-
Sea lo que sea, ahora lo veremos. Si nos damos la vuelta para rodear
tardaremos demasiado. Este lugar es enorme.
Miró a
Maira, buscando aprobación. Esta asintió, y reanudaron la marcha. Después de un
rato, incluso ella era capaz de escuchar el sonido. Era como si algo grande y
pesado, de metal, estuviese siendo golpeado. Cuando estuvieron más cerca,
también distinguieron risas.
-
¿Otra vez la mujer? Dioses, ¿Qué os he hecho para merecer tal castigo?
¡Soy un hombre humilde y generoso!
-
No. Esss un hombre. Esscuchad bien.
-
¿Será ese tal Allan? – Si lo encontraba, le diría que la mujer le
busca. Parecía que se sentía muy sola… Y puede que así se fueran de allí, perdiendo la
amenaza que ella implicaba para su misión.
Kobra
preparó el arma. Inflame hizo crepitar sus llamas, que se avivaron. No se atrevia a asegurarlo, pero le parecía que el elementoide estaba furioso. Maira
volvió a dar órdenes de no dañar a quien fuese ese hombre. Fuera quien fuera era inocente
hasta que se pudiera demostrar lo contrario. Llegaron ante la puerta de la
sala de máquinas. Esta también estaba completamente destrozada, e incluso peor que
las otras. Había sido arrancada y permanecía tirada a un lado del pasillo, en
un estado de deterioro que la convertía en un simple pedazo de chatarra. Al
otro lado los sonidos eran fuertes, seguidos de una risa escandalosa. Por fin
vieron que causaba ese ruido. En el suelo había numerosas placas de metal, y de
vez en cuando caía otra, retumbado con fuerza. Entraron, y vieron que las
placas también estaban oxidadas. Era una sala enorme, llena de numerosas tuberías
de meta que ascendían. Había numerosas estructuras metálicas que sujetaban los
distintos pisos. Una escalera de metal ascendía uniendo un piso con otro. En el
centro había un hueco, e forma de tragaluz. Todos los pisos conectaban con ese
lugar. Pero casi todo estaba en ruinas. Las placas que habían tiradas en el
suelo formaban partes de las plataformas de cada piso. Y sobre ellas, saltando
y corriendo entre risas, había un hombre. Este iba cubierto con una túnica
idéntica a la de la mujer que vieron momentos antes, y al igual que ella, solo mostraba su rostro. Era joven, de cabello
corto y moreno, con una barba de tres días y profundos ojos pardos. Le pareció bastante atractivo
-
¡¡Lluvia de metal!! – el hombre comenzó a correr por una plataforma,
y al hacerlo esta empezó a deteriorarse, cayendo al suelo no muy lejos de
ellos. El estruendo escuchado desde el interior de la sala era horrible -¡¡Flipa!! Si Beth no ha
escuchado esto, es que se ha quedado sorda.
Crista
tragó saliva, intentando comprender qué diablos estaba pasando. Finalmente,
decidió probar suerte.
-
A… ¡¡¿Allan?!!
El
joven paró de inmediato. Bajo sus pies, la plataforma comienzó a oxidarse.
Ladeó la cabeza, mirándolos, como si se divirtiera solo con hacerlo.
-
¡Eh! ¡¿Quiénes sois vosotros?!
Y se precipitó hacia el suelo.
Cayó a través del agujero que su simple presencia parecía haber creado en el metal
por su deterioro. Mientras se dirigía hacia el suelo en un impacto que sin duda quebaria muchos de sus huesos, no parecia consciente de esta situación. No se borró la sonrisa de su rostro.
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