martes, 21 de febrero de 2012

Arenas ardientes

Continuación del viaje a traves del desierto. Un viaje que les acerca cada vez mas a la horribles atrozidades que nacerian obran del Necronomicon.




10 años antes del Apocalipsis, Desierto del Este

CRISTA
Al principio el desierto le había parecido un lugar maravilloso, pero después todo un día viajando a través de él, había cambiado de opinión. Mirase a donde mirase, solo había arena hasta el horizonte. Las dunas y la suave brisa incesante le daban el aspecto de un mar. Hacía mucho calor, aunque Crista estaba acostumbrada a soportar esas temperaturas. Había pasado muchas horas entre motores que desprendían la misma temperatura. Sin embargo Maira no parecía llevarlo nada bien. Su ropa estaba completamente empapada, pegada a la piel, dejando ver su figura, lo que parecía disgustar bastante a Turek el guía… Al menos Maira parecía ignorarlo. A ella le costaba mucho más. No se atrevía a mirar al hombre, que parecía juzgarla constantemente con sus ojos fríos, y condenarla. Los turbantes que les había prestado el paladín ayudaban un poco a soportar el azote del sol abrasador sobre la cabeza, pero hacia el sintieran aun más calor. El rostro que puso Maira al saber que debían ponérselos fue espantoso. A ella sin embargo le había encantado la idea, aunque al principio casi se enredó entre sus tiras de tela, y el paladín tuvo que ayudarla, para su vergüenza. Por suerte para Maira, finalmente llegó la noche. Y con ella el frio. Decidieron montar el campamento bajo el gigantesco Lefentauren. A Crista le encantaba aquel animal. En Priscilio solo había gatos, perros y ratas. Nunca había visto una criatura tan enorme. Bajo su vientre cabían todas las tiendas. Turek decidió dormir sobre la bestia, probablemente para estar lejos de ellas. Fue la mejor noticia que pudo recibir. Dormiría mucho más tranquila. Kalim y Kobra se quedaron un tiempo arriba, cenando con el guía y ultimando detalles de la travesía. Al mercader no le hacía mucha gracia alargar la travesía por el desierto un día más. Mientras los soldados del paladín montaban su tienda, este se alejó unos metros. Se arrodilló y puso una de sus manos sobre la fina arena. Entonces, ante su miraba maravillada, la arena comenzó a ascender. Un muro de arena se elevó alrededor del Lefentauren, hasta formar una cúpula. Tanto ella como Maira se quedaron boquiabiertas. Inflame parecía impasible ante lo que acababa de ver. Los soldados se dieron cuenta y se rieron de ellas en su lengua. Ahora estaban encerrados dentro de una bóveda de arena. El paladín se levantó, se sacudió las manos y volvió a dirigirse hacia el improvisado campamento.
-          Esto nos protegerá del frio. En esta zona del desierto la temperatura desciende drásticamente. Cuando lleguemos a la superficie del sol ya no será así. Allí incluso por las noches las temperaturas son elevadas.
-          ¿Pero no llamaremos demasiado la atención? – El rostro de Maira parecía cansado, desilusionado. Probablemente la idea de poder pasar frio le había encantado.
-          No. Desde fuera, pareceremos una duna más. Algo mas grande, si, pero el viento de la noche puede crear dunas naturales incluso mayores.
Los soldados hicieron una hoguera y sacaron utensilios de cocina. El paladín los invitó a sentarse junto a ellos y compartir su comida. En realidad la comida era de Kalim. El mercader era el encargado de conseguir suministros para el viaje. Hicieron un simple guiso de cebada con trozos de zanahoria y algunos pedazos de carne de camello seca. A Maira pareció no agradarle demasiado. Ella se la comió con total naturalidad, en Priscilio la comida no era mucho mejor. Casi toda era sintética. Nutritiva, pero sin sabor.
-          Señor Al-Gatha, ¿puedo haceros una pregunta? – Maira siempre se mostraba educada. Había comenzado a pedir permiso para hablar con los hombres, a pesar de que ella sabía de que eso no le hacía ni la más mínima gracia.
-          Por supuesto. Estoy aquí para ayudaros en todo lo posible. Y por favor, llámame Enor – el paladín parecía bastante más simpático que Turek, a pesar de que no lo había visto sonreír ni una vez.
-          ¿Cómo saben que el núcleo del problema de los acueductos está en el lugar al que nos dirigimos? ¿Cómo sabéis que el problema no ha surgido en un punto del trayecto de los acueductos en vez del origen mismo? Podría haberse roto un canal, por ejemplo.
Por fin algo en lo que ella podía ayudar. Alzó la mano emocionada, pidiendo permiso para contestar. Enor se lo concedió.
-          Adelante, hija del hierro.
Él solo había sido enviado para protegerlas y asegurarse de que la misión se llevaba a cabo. Emocionada, comenzó a hablar sin pararse apenas a respirar.
-          Los canales del desierto se ramifican de forma que todos pueden abastecer a todos. Algunos llegan hasta lugares claves del desierto, llevando su agua a la superficie, en forma de oasis. Tienen un dispositivo de seguridad que cierra un sector cuando se percibe la perdida de agua. Todo está automatizado. Si hay una fuga aislada en una parte del conducto no pasa nada, porque ese sector se aísla y los otros siguen incomunicados. Entonces alguien lo repara, y se vuelve a abrir ese conducto. El único modo de que todos los acueductos fallen del modo que lo están haciendo es si se rompe el mecanismo central. Es decir, que el problema debe estar bajo la superficie del sol, en la máquina succionadora de agua. ¿No es así Enor?
-          Si. Es el único lugar que recibe suficiente energía del sol para hacer funcionar la máquina, sin contar el yunque. Está claro que el sol no es el problema, así que debe ser un fallo de la maquinaria – hablaba como si hiciera memoria. Seguramente había recibido informes de la situación, aunque no los comprendiera del todo.
Una vez cenaron, fueron a su parte del campamento. Vieron bajar a Kobra y Kalim. El mercader se metió a su pequeña tienda. Dormía bajo una lona humilde, que parecía haber sido remendada una y otra vez. El nagah se quedó fuera, en pie, vigilando el sueño de su señor.
-          No puedo evitar que sobro en toda esta expedición – dijo ella en voz baja a sus compañeros.
-          ¿Por qué lo dices? – Maira estaba cambiándose de ropa dentro de la tienda. Parecía bastante aliviada al poder quitarse las empapadas prendas.
-          Míralos a todos. Fuertes, bien armados. Incluso el guía lleva ese enorme cuchillo. Parece que todos saben bien a lo que se enfrentan… Pero yo…
-          Tú eres la única que puede arreglar mecanismo – respondió Inflame con su voz cavernosa – Eres la única que no sobra.
A pesar de no estar realmente convencida, Crista se tranquilizó. Sabía que la vida de los hombres del desierto dependía de que consiguiera reparar el problema. Se acostó, y mientras rezaba porque pudiera ser capaz de arreglar la máquina, el sueño la alcanzó.

KALIM
El plan había sido un éxito. Kobra había vertido las gotas del sueño en el vino del guía. Dormiría durante días. Sin el guía, podría embaucar al resto para poder llevarlos directos hacia la superficie del sol, sin necesidad de dar estúpidos rodeos. Comenzó a hacer cálculos del dinero que se iba a ahorrar, cuando Kobra abrió la lona, asomando su repelente cabeza de reptil.
-          Ssseñor, lamento molesstarle
-          He perdido la cuenta, Kobra. Espero que sea importante.
-          Fuera hay un gronko. En el desssierto.
-          En el desierto hay muchos gronkos, cabeza de chorlito.
-          Lo he olido. Creo que sse dirige hacia aquí. Podría vernosss.
-          ¿Cuánto tardaría en llegar?
-          Aun essta lejos, ssseñor.
-          No importa. ¿Un solo gronko? Que venga, así encontrará una muerte rápida.
-          Esss difícil detectar vida a essa dissstancia. Pero sssi, creo que ess ssssolo uno.
-          Entonces no te preocupes. Ahora sal, déjame dormir.
El nagah salió, obediente. <Con los años se vuelve más miedoso. Un solo gronko. ¡Qué estupidez!> No sabía si esos salvajes codiciaban tanto a su Lefantauren como para lanzarse en solitario a por él, a pesar de saber de qué sería un suicidio. Fuese como fuese, nadie iba a robarle al animal. Era una criatura única, capaz de cruzar la superficie del sol, e incluso según las leyendas de los Lefentaurens blancos, sobrevivir en el yunque. Nadie le iba a robar algo así. Era oro puro. Y era todo suyo.

ENOR
Había dado permiso a sus hombres para dormir. El haría la primera guardia, así podría estar descansado y en condiciones perfectas para reanudar la marcha. Tenía pensado ordenar que la reanudaran antes de que saliese el sol. Debían llegar a la superficie durante la noche, o el calor sería un problema serio para los verdes. No le importaban en absoluto sus vidas, pero la misión debía cumplirse. Estaba tentado en enviar de vuelta a todos menos a la hija del hierro. El solo y la chica podrían cumplir el objetivo sin problemas. Pero el regente le había ordenado cuidar de todos, y para vergüenza suya, le había otorgado la ayuda de dos guardias. A él. A Enor Al-Gatha, paladín de las arenas. No necesitaba a nadie en ese lugar. El desierto era suyo.
No pudo evitar fijarse en el nagah, el único que permanecía fuera de las tiendas de lona, al igual que él. Se había acercado al muro de arena, y no para de mirarlo fijamente, como si pudiera ver a través de él. Sabía que los nagahs poseían unos sentidos muy desarrollados, en especial el olfato, por lo que le alertó su actitud. Se levantó y anduvo hacia el guardaespaldas. Al escuchar sus pasos, este se giró y comenzó a andar hacia su puesto, frente a la tienda del mercader.
-          Espera. ¿Sucede algo?
-          Nada, ssseñor.
-          ¿Seguro? Parecias preocupado. Si sucede algo, te ordeno que me lo digas. Si me entero de que mientes, puede que cuando vuelvas a Bong Daghet decida que te sobra una mano.
El nagah lo miró fijamente, con sus ojos inhumanos. La lengua bífida aparecía y desaparecía entre sus fauces a toda velocidad. Finalmente abrió la boca, dejando ver unos dientes afilados.
-          Olí un gronko. Venia en esssta dirección, pero lo he perdido.
-          ¿Dónde estaba?
-          En el esste.
-          En mitad de nuestra ruta.
La cabeza del mercader asomó a través de su tienda. Sin el turbante se podia apreciar su cabeza calva. Seguramente se la hubiese provocado el mismo, para ahorrar en cortes de pelo.
-          ¿Sucede algo?
-          Tu guardaespaldas me ha informado de que hay un gronko rondándonos.
-          Solo un gronko. No debería suponerte un problema, gran paladín.
-          Y no me lo supone. ¿El guía sigue dormido?
-          Así es – Kalim mostró una gran sonrisa tras responder.
-          Despiertalo. Partiremos de inmediato. Despertad a todos, reanudamos la marcha. Quiero estar lejos de este lugar cuando salga el sol.
-          Como ordene, gran paladín.
El hombre volvió a entrar y a los pocos segundos salió de nuevo, con su colorido atuendo. Dio órdenes a Kobra de recoger su tienda y preparar al animal. Enor recogió su arma, se la colgó al cinto y se dirigió al muro.
-          ¿Ha donde va, señor? – el mercader lo miraba con gesto interrogativo.
-          A inspeccionar la zona.
Posó su mano sobre la superficie del muro arenoso, y la cúpula comenzó a deshacerse del mismo modo que se creó. Cuando las arenas que la formaban volvieron al suelo del desierto, el frio y el viento lo azotaron al instante. No le preocupó. Era un paladín del desierto, estaba acostumbrado a los comportamientos de este. Era su hogar, su terreno de batalla. Dejó al resto de integrantes de la expedición en el campamento, mientras escuchaba como se despertaban, y se adentró a pie y solo, dejando sus huellas en la suave superficie de arena. Cuando se había alejado lo suficiente del campamento se detuvo. No veía nada a su alrededor. La luna amarilla brillaba en el cielo, casi llena, iluminándolo con su suave resplandor. Aun así, era difícil ver algo a lo lejos durante la noche, y mucho menos un gronko. Se camuflaban perfectamente con la arena. De hecho, en parte eran arena… Plantó con firmeza los pies en el suelo, y golpeó fuertemente con un pie el suelo. Las arenas ascendieron. Un enorme pilar formado por arena comenzó a crecer a toda velocidad, elevándolo sobre la superficie del desierto. Cuando estuvo a decenas de metros de altura, se detuvo. Ahora podía ver una gran extensión de terreno a su alrededor. Desenvainó su espada, que resplandeció emitiendo destellos amarillos tras recibir la luz de la luna. La hoja estaba hecha de vidrio, forjada con numerosos encantamientos. Era la espada de los paladines, a la que estos llamaban Lupa. Podía concentrar la energía del sol en su interior, y además a través de ella podían aumentar su rango de visión, motivo por lo que recibía ese nombre. Puso la hoja de Lupa frente a su cara, y miró a través de ella en dirección este.  Al principio no vio nada, pero tras un rato le pareció observar unas figuras sobre la arena. Era difícil distinguirlas, ya que tenían el mismo tono que el terreno sobre el que se hallaban. Pero tras un rato cerciorase, no le quedaba duda. Allí había algo. Parecían gronkos, aunque eran más de uno. Podía contar al menos una docena. Tal vez estuvieran preparando una emboscada. <Pobres desgraciados. El desierto no tiene piedad>. Envainó de nuevo su arma, aunque no soltó la empuñadura, y con su mano libre señaló hacia la dirección en la que había visto a los gronkos. El pilar comenzó a descender, pero al llegar a cierta distancia, la arena comenzó a formar una ola que avanzaba a través del desierto hacia sus enemigos, impulsándolo a él a su vez, que se mantenía en pie si problemas sobre las arenas. La ola siguió su camino a toda velocidad, hasta que llegó a su destino. En cuanto Enor vio los cuerpos, la ola se deshizo bajo sus pies, dejándolo caer. Este desenvainó su arma y sin perder tiempo se lanzó sobre sus enemigos. No le cabía duda de que lo habrían visto, pero no le preocupó lo más mínimo. Pero cuando estuvo a pocos metros de ellos se detuvo de golpe. Lo que tenia frente a sus ojos no era lo que esperaba. Eran gronkos, sin duda… pero todos muertos. Los cadáveres estaban esparcidos sobre la arena, mutilados. A algunos les faltaban los brazos o las piernas, a otros la mitad del cuerpo. Pero todos estaban cortados limpiamente. Era difícil imaginarse que había ocurrido. Uno de los cuerpos había recibido un corte en el pecho, y había perdido la mitad de este desde el hombro derecho al abdomen. No encontró la otra parte del cuerpo. Tampoco había brazos o piernas sueltas. Había quince cadáveres, todos con heridas similares. El desierto estaba lleno de criaturas, cualquier podría haber hecho eso, pero aun así… Volvió a golpear con fuerza la arena bajo sus pies, y esta comenzó a impulsarlo de nuevo hacia el campamento. <Sea lo que sea lo que ha hecho eso, sin duda se ha dado un gran festín. Aun así, será mejor que nos alejemos. No puedo permitir que el resto corran peligro. Yo sobreviviría sin problemas, pero tener que luchar asegurándome de que el resto no muera… No son más que molestias>.

MAIRA
Era feliz. Podía sentir el frio de la noche. Era intenso, pero aun así, era feliz. Esta vez se puso ropas mas sueltas y finas, para ver si así el calor del sol era más intenso. Solo pensar en el sol, le hacía sentir que sus manos sudaban. Pero no había salido, y la noche le daba la bienvenida con su aire helado. Crista no parecía tan contenta. Está situada junto a Inflame, para darse calor, frotándose los brazos entre temblores.
-          ¿Está todo listo, amigos míos? – gritó el mercader desde lo alto del Lefentauren, situado sobre su cabeza y con las riendas de mando bien sujetas.
-          Si. Subimos en seguida.
Se echaron las mochilas a la espalda, y comenzaron a subir la larga escalinata. Los últimos en subir fueron los guardias, que no paraban de mirar hacia el horizonte, por donde se había ido su capitán. Dejaron sus cosas junto al resto de suministro y equipajes, en la parte trasera de la plataforma situada sobre la gigantesca espalda de la bestia. Una vez Kobra recogió la escalerilla, Kalim le dio al animal la orden de emprender la marcha. Y esta, lentamente, comenzó a moverse, con sus pesados pasos. La plataforma se agitaba ligeramente cada vez que el Lefantauren alzaba una pata, pero el movimiento era rítmico y no muy pesado, por lo que no resultaba molesto. Al menos al guía no parecía molestarle en absoluto. Estaba durmiendo a pierna suelta no muy lejos del equipaje.
-          Señor Kalim, ¿no deberíamos despertar al señor Turek? – la verdad es que no querría hacerlo, pero se suponía que era el guía.
-          Oh, no os preocupéis por él. Hemos decidido ir directos a la superficie del sol, sin parar. A partir de ahora, dormiremos aquí. El guiará al animal por el día, mientras yo duermo, y yo, por la noche, mientras lo hace él. Alégrense, ¡llegaremos antes de tiempo a nuestro destino!
Era una buena noticia para ella. Pasarían un día menos de calor. Dos, para ser exactos, si contábamos el viaje de vuelta. Pero Turek dijo que en mitad de la ruta directa se encontrarían con el campamento de los gronkos. No sabía exactamente que eran esas criaturas, pero por el camino le habían contado que tenían cierta fijación con el Lefantauren blanco de Kalim. Parecían ser una tribu de salvajes del desierto, que se dedicaban al saqueo y asalto de caravanas. Mientras la bestia seguía su camino, vieron como a lo lejos aparecía una especie de tormenta de arena. Los guardias se pusieron instantáneamente alerta. Las tormentas de arena traen a los monstruos… Inflame se asomo, y miró hacia el horizonte fijamente. De nuevo, no sabía en qué pensaba. Crista miraba asombrada el fenómeno. La joven nunca había visto una tormenta de arena. En Priscilio nunca sucedía este extraño y maléfico fenómeno. Kalim no aminoró la marcha, indicándole a los guardias que era su deber protegerlos. Estos fueron a desenvainar las armas, pero se frenaron al ver mejor que era esa nube de polvo. Se trataba del paladín. De algún modo, estaba deslizándose a toda velocidad sobre una nube de arena.
-          ¡¡Es maravilloso!!
-          El señor Enor, al igual que el resto de paladines del desierto, controla las arenas – respondió uno de los soldados, con un matiz orgullo en su voz.
-          Es una magia antigua y poderosa – siguió Inflame – Aunque fuera del este no sirve de nada. Es por eso que se les nombraron Protectores del Este, y desde entonces su orden sirve solamente aquí.
El elementoide parecía saber bastante sobre la naturaleza del desierto. Lo habían enviado con ellas para protegerlas. Pertenecía a la Orden de Protectores, por lo que no le cabía duda de que debía ser un guerrero hábil. Eso, junto a sus conocimientos de esa tierra, que después de todo era su tierra natal, fueron el motivo de que lo eligieran a él. Además, sus poderes de elementoide de fuego serian útiles cuando llegasen a la superficie del sol, le habían dicho en palacio. No sabía a qué se habían referido exactamente. El paladín llegó finalmente a su lado, deslizándose sobre una ola compuesta de arena, que dejaba tras de sí la nube de polvo. Saltó desde esta a la plataforma del Lefentauren, y cuando sus pies abandonaron la arena, está calló inerte sobre la superficie del desierto, haciendo que se elevara una enorme polvareda que les hizo toser a todos. Cuando la nube se disipó, Enor se dirigió al mercader.
-          Los gronkos están muertos.
-          ¿Había más de uno? – el mercader hablaba sin volver la vista, guiando a la enorme bestia. Los Lefantauren tenían fama de bestias estúpidas, aunque este respondía rápida y eficazmente a las órdenes, incluso verbales.
-          Todos cadáveres. No vi a ninguno vivo.
-          Ess difícil detectar cadáveresss como essossss, que no tienen sssangre.
-          No os preocupéis mi fuerte amigo. Seguramente el que mi fiel guardaespaldas detectó no era más que un superviviente de la matanza que huía.
-          Si, es lo más probable – el hombre miró seriamente hacia el horizonte, al lugar desde el que había venido - ¿No deberíamos desviarnos?
-          Oh, no. Finalmente hemos decidido ir rectos.
-          ¿Y el guía?
-          Mi buen amigo Turek descansa para poder continuar cuando tenga que ocupar mi lugar.
Mientras hablaban, Maira observaba atenta el desierto. Se dirigían directas hacia un lugar que podría ser peligroso. No sabía si debía temer o no. Tenían a su protector y al paladín, el cual parecía ser bastante poderoso. Aun así, una parte de ella no podía evitar sentir cierto miedo. Nunca había sido preparada para el combate. Mientras observaba, comenzó a ver como el desierto se movía. Se restregó los ojos, por si era un efecto causado por la falta de sueño. Pero no, cuando volvió a mirar, lo vio de nuevo. Delante de ellos, a lo lejos, la arena se movía en su dirección. Era parecido a la ola que había traído al paladín, pero eran más, mucho más pequeñas, y no levantaban nubes de polvo. Cuando fue a avisar al resto, se dio cuenta de que estos también lo habían visto. Casi estaba amaneciendo, pero la luz de la luna iluminaba suficientemente el desierto.
-          Gronkos. Me encargaré de ellos.
-          Dejad que mi fiel guardaespaldas os ayude.
-          Puedo ocuparme de ellos yo solo.
-          No lo dudo, poderoso amigo. Pero ya habéis usado mucho vuestros poderes. Con su ayuda, os será más fácil.
-          Usar demasiado mis poderes – el paladín emitió un bufido despreciativo – Está bien. El resto proteged el Lefantauren.
Los soldados prepararon dos ballestas, y cada uno de ellos se colocó en un lateral de la plataforma. Inflame se situó junto a ellas, en actitud protectora. A pesar del peligro, Kalim continuó, como si no le preocupara lo más mínimo lo que pudiera ocurrir, aunque si aminoró levemente la velocidad. El paladín saltó hacia las arenas, que se elevaron para recibirlo, depositándolo después suavemente sobre tierra firme. El nagah saltó sin duda alguna, cayendo firmemente al suelo, levantando una nube de polvo. Descolgó su enorme hacha, empuñándola con ambas manos. No había ni rastro del movimiento de arena del que habían sido testigos hace apenas un minuto. El paladín hizo un gesto al nagah, el cual obedeció, dirigiéndose hacia el otro flanco del animal, pasando bajo las piernas de este. Cada uno se quedó en un lado del animal, con su arma preparada, mientras lo seguían alertas ante cualquier peligro. Nada sucedía. El sol comenzaba a aparecer, arrancando destellos dorados al mar de arena. Y con él, comenzaba el calor. Estaba comenzando a ver como las manchas del sudor se formaban en su ropa cuando escuchó un sonido gutural. Un grito de dolor salvaje y monstruoso. El Lefentauren comenzó a agitarse, con fuerza. Ella se agarró a donde pudo, con miedo a caer. Inflame las agarró con sus manos envueltas en llamas. No quemaba, pero desprendía un calor horrible. Sus manos eran duras, ásperas. El mercader comenzó a maldecir.
-          ¡Animal estúpido! ¿Qué sucede?
Se escucharon más gritos, esta vez procedentes de abajo.

ENOR
Habían aparecido desde la propia arena. No los vieron hasta que la bestia gritó. Uno de ellos salió directamente junto a una de las patas de la bestia, y se lanzó contra ella con uñas y dientes. Entonces, comenzaron a aparecer los demás. A su alrededor aparecieron cinco. Enor los miró horrorizado. Eran los que él ya había visto. Frente a él estaban los gronkos desmembrados, erguidos como si la muerte no les afectara en absoluto. Muchos ni tan si quiera tenían cabeza. <Esto es una locura>, se decía a sí mismo una y otra vez. Algunos de ellos iban armados con espadas melladas, pero la mayoría no lleva armas algunas. Los que no tenían cabeza tenían su cuerpo dirigido hacia él, como si aun así le vieran.
-          ¡¡Monstruos!! ¡¡Criaturass malditasss, volved a la tumba!! – oyó la voz del nagah al otro lado. Sin duda también a él lo había rodeado. Comenzó a escuchar ruidos de armas. Kobra no había dudado en lanzarse al combate.
Los gronkos formaron un corro a su alrededor, emitiendo gemidos con voces lentas y lánguidas. Una vez se recuperó de la sorpresa inicial, se recordó a si mismo quien era. <El desierto es mi hogar. Mi fortaleza. Mi arma. Yo, soy el desierto>. Muchos lo consideraban engreído, prepotente, soberbio. Nada de eso. Simplemente, allí, era invencible. Los gronkos se abalanzaron sobre él. Se agachó rápidamente golpeando la tierra con la palma de su mano. Una explosión de arena derribó a los enemigos que le atacaban por la espalda a la vez que lo impulsaban a él hacia adelante. Aprovechó la inercia para atacar a uno de sus enemigos, cercenándole un brazo, y pasar de largo ganándoles la espalda. Se giró rápidamente rodando sobre sí mismo. La bestia a la que acababa de mutilar ni tan si quiera había emitido un grito de dolor. Se giraban de nuevo hacia él. Los que habían sido derribados por la explosión se fundían con el suelo, desapareciendo. El brazo que acababa de cortar se retorcía, arrastrándose con su mano, como si aun siguiera vivo. No se dejó llevar de nuevo por el pánico. Los gronkos que quedaron frente a él eran los que estaban armados, y no tardaron en abalanzarse sobre él. Detuvo sus torpes envites con destreza, y cuando tuvo la oportunidad atravesó el pecho de uno de ellos con un rápido golpe, sacando después el arma derribando al gronko de una patada. La bestia volvió a alzarse. Por más que los hería, seguían levantándose. Vio como el brazo cercenado subía por el cuerpo del salvaje que lo perdió. Al llegar al corte, esté pareció convertirse en arena, fundiéndose, para después volver a su estado normal. No quedaba muestra alguna de la herida. Unos brazos aparecieron desde el suelo, agarrándole las piernas. Trató de golpearlos, pero estos tiraron de él, derribándolo. Los gronkos que lo sostenían aparecieron de debajo del suelo y se le echaron en encima. Notó como los dientes de uno de ellos atravesaban la piel de su hombro. El dolor era punzante, y extrañamente frío. Golpeó con ambas palmas de la mano la arena, y está se elevó rápidamente y con fuerza, haciendo que los gronkos que habían sobre él cayeran. Vio que tenía la ropa desgarrada por numerosos sitios, pero lo que le llamó la atención fue la herida. Horrorizado vio como si piel parecía estar cubierta por una capa de arena alrededor de las marcas del mordisco. Se tocó, y vio que no era una simple capa… su piel era arena. Los gronkos volvían a alzarse, sin dejar de emitir su lastimero quejido. La arena alrededor de la herida fue menguando, hasta que en poco tiempo volvió a ser piel. Esto le alivió, pero le hizo ver que los gronkos eran un peligro mayor de lo que creía. Los gritos del Lefentauren y las mujeres lo alertaron. Desvió su mirada hacia el animal, del que se había alejado durante la lucha. Algunos gronkos trepaban por el lomo de la bestia, enganchándose a sus pelos para ayudarse. Sus hombres lanzaban virotes, pero los salvajes los ignoraban por completo. El elementoide flotaba sobre ellos. El mercader lo instaba a atacar, pero este no hacía nada, más que observar. Enor lo comprendía. Si atacaba a los que iban hacia ellos, podría dañar al animal. El pelo podría prender el fino pelaje y convertirlo en una bola de llamas. Kobra luchaba contra tres gronkos bajo el animal. El nagah era rápido y fuerte, pero por más que hería a sus contrincantes, estos no caían. Finalmente los gronkos llegaron arriba, las mujeres gritaron. Vio como sus hombres atacaban a los gronkos. Estos ignoraban sus golpes, y los agarraron, lanzándose sobre ellos. Mordiéndoles. El elementoide se centraba en proteger a las mujeres. Asestó a uno de los gronkos un fuerte golpe con su puño ardiente. Este calló de la plataforma por la potencia del impacto. Mientras caía, vio que la zona en la que había sido golpeado el salvaje emitía un destello al reflejar la luz del sol que ya se elevaba. Cristal… Hizo que la arena le elevase, dejando a sus enemigos en tierra, y se dirigió rápidamente sobre la plataforma a la espalda del animal. Al saltar de nuevo sobre esta, hizo un movimiento con los brazos que envió de nuevo la arena a por los enemigos que había dejado atrás. Esta se lanzó a por ellos como una ola que golpea la orilla, embistiéndoles con fuerza y lanzándolos por los aires varios metros. No serviría de nada, pero le haría ganar tiempo.
-          ¡Inflame! ¡Usa el calor de tus llamas contra ellos!
El elementoide lo miró, mientras protegía con su cuerpo a las mujeres de otro gronko que acababa de subir.
-          ¡Ve a por los de abajo! Yo las protegeré.
Este asintió, y su cuerpo ardiente se elevó para después caer sobre los salvajes con los que había estado enfrentándose él hacía unos instantes. Parecía un cometa que hubiese impactado en la tierra. Él dedicó a proteger a las verdes, derribando y mandando de vuelta al desierto a los que subían. No podía matarlos, pero podía evitar que subieran. Tampoco podía hacer nada por sus soldados… se habían convertido en arena.  Allí donde estos habían estado, solo quedaban dos montones de arena con silueta humana. También vio como el guía había sido víctima de los salvajes, y allí donde este había estado solo quedaba el inquietante montón de fina arena con forma humana. El mercader no parecía correr peligro. La bestia agitaba con fuerza su cabeza, lanzando de vuelta al suelo a aquellos que lograban llegar hasta allí. La mayoría de gronkos solo tenían un brazo, así que no podían sujetarse con firmeza. Los pocos que lograban llegar hasta su zona, eran repelidos a patadas por Kalim. Abajo, Inflame lanzaba llamas desde su cuerpo contra sus enemigos. Al principio no sucedía nada, pero cuando estaban un tiempo bajo el calor del fuego… su cuerpo se cristalizaba. A pesar de esto seguían moviéndose. Enor no era capaz de comprender que extraña maldición portaban, pero estaba dispuesto a darles fin. El elementoide era un buen guerrero. No tardaba en romper en mil pedazos a aquellos que quedaban cristalizados por sus ardientes llamas. Y una vez convertidos en pequeños fragmentos de cristal, no volvían a moverse. El nagah continuaba peleando bajo el Lefentauren, protegiendo el animal de su amo, sin lograr ningún avance. Pero al menos no cedía terreno, ni parecía agotarse. Al atacar a otro de los salvajes que lograron subir, el paladín vio satisfecho como el corte de su espada había dejado una cicatriz de cristal en el pecho del gronko. Era el momento que estaba esperando. Lupa concentraba en su interior la energía del sol. Ahora que el sol llevaba un tiempo desprendiendo sus rayos, la hoja de la espada comenzaba a calentarse. Las heridas que infligía ahora no se regeneraban. Poco a poco los gronkos que subían tardaban más en llegar hasta ellos. Primero se dedicó a cercenar cabezas, pero esto parecía no importarles a los salvajes. Luego a cortar brazos. Llegó el momento en que los gronkos ya no tenían como subir, y ellos pudieron tranquilizarse arriba. Inflame también había conseguido eliminar a sus enemigos, y ahora se dirigía a por los que quedaban abajo.
-          ¡Enor, mira! – el grito era de la mujer del hierro. Esta se le había agarrado a los hombros y se escondía tras su espalda, como si tratara de protegerse de algo. Señalaba hacia la zona trasera de la plataforma.
Comprendió al instante que es lo que la asustaba. Lo que al principio solo eran montones de arena… ahora se alzaban, se estaban moviendo. Se levantaron lentamente, sin perder la fora humana. En sus facciones de tierra pudo reconocer los rostros de sus soldados y del guía. El guía se levantó y comenzó a correr hacia ellos, desenvainando e cuchillo que llevaba al cinto, dejando pequeñas huellas de tierra a su paso. Los soldados recogieron sus ballestas y apuntaron hacia ellos. Estos eran más peligrosos que los gronkos. Estaban completos, e iban bien armados. El paladín apuntó con la punta de su espada hacia ellos. No había recibido demasiada energía, pero sería suficiente.
-          Que el sol purgue vuestros pecados. Descansad en paz.
De la espada nació un rayo de energía, que fue directo hacia sus enemigos. Era la luz del sol concentrada, liberada en un solo ataque. Los paladines lo llamaban la Ira del Sol. Al impactar sobre los que habían sido sus aliados, el rayo hizo que instantáneamente su cuerpo se cristalizara, se quebrara, y que finalmente… se desintegrara. Solo quedaron las piernas, que en parte eran cristal. Estas cayeron, pero aun así sus pies seguían moviéndose.
-          Eso… ¿ha sido un laser? – la hija del hierro aun no lo había soltado. Parecía confusa.
-          ¿Un qué? - no tenia ni idea de a qe se referia la chica.


KALIM
Estaba contento. No solo se había librado de las posibles acusaciones del guía cuando hubiese despertado, sino que ahora tenía cuatro bocas menos que alimentar. El viaje seguía su curso, a pesar del pequeño contratiempo con los gronkos. Todos estaban nerviosos por lo sucedido. Decían que había sido antinatural, una abominación. Incluso el nagah parecía nervioso. No le pagaba para que se asustara. Bueno, en realidad no le pagaba. El paladín se fue tras el combate. Dijo que debía informar al regente de lo sucedido. El nagah había detectado a un gronko que se dirigía en dirección a la ciudad, no podía correr el riesgo de que hubiese escapado, de que alcanzaran la ciudad. Kalim le dejó encantado que se fuera, total, menos gastos. Pero consideraba una tontería su alarma. Los gronkos habían muerto. El que Kobra hubiese olido al principio no debía ser más que un explorador enviado en un principio por el resto. Luego algo los mató, y luego ellos volvieron a matarlo. La chica de palacio, la tal Maira, lo había intentado convencer de que rodearan. No quería pasar por el campamento gronko. Él le dijo que sí, que rodearían. Por supuesto, era mentira. ¿Pero cómo iba a saberlo ella? El mapa del guía lo tenía él, y el único que conocía el desierto era él. Cuando pasaran junto al campamento, solo tenía que decirles que por lo visto se habían desplazado, probablemente huyendo de aquello que había descuartizado a los que vieron.
-          ¿Qué ess essso? – el nagah estaba a su lado, mirando hacia el oeste.
-          ¿El qué? – él no tenía los sentidos de su guardaespaldas, tan solo alcanzaba a ver una especie de… ¿sombra?
-          Acerquesse, ssseñor.
-          ¿Para qué? Perderemos tiempo.
-          Veo una aldea abandonada. Puede que hayan dejado ssu dinero atrasssss.
-          ¡Haber empezado por ahí!
Perder unos minutos a cambio de una posible ganancia era aceptable. Si no, bueno, ya les sacaría más dinero a los verdes al volver, por poner en peligro a su fabuloso animal. Comenzó a ver las siluetas de una aldea, efectivamente. Pero lo que pensó que era una sombra…
-          ¿Qué demonios ha hecho eso? – Maira llevaba uno de esos objetos del oeste. Un catalejo, creía que se llamaba. Demasiado caros para su gusto. Su ropa volvía a estar empapada, y el sudor hacia que su piel brillara. No podía entender como una mujer podía sudar tanto. Nunca encontraría un marido - ¿Qué ha pasado aquí?
En pleno desierto, había una inmensa grieta. Esta tenia decenas de metro grosor, sin embargo, se extendía de horizonte a horizonte. Parecía que alguien hubiese cortado el desierto por la mitad. El asentamiento gronko estaba justo ahí, aunque solo quedaba parte de él. Parecía que había estado justo donde ahora estaba la grieta. La hija del hierro llevaba una pequeña brújula en una pulsera, y la miraba.
-          Va desde el norte al sur. Según lo que he podido saber de esta región, cruza el yunque del sol. No se me ocurre nada que pueda haber hecho algo así. Su tuviera aquí algunos artefactos de medición…
-          Ah, amigos míos, no se preocupen por esto. No tiene que ver nada con nuestra misión. Si no terminamos rápido, puede que cuando volvamos a Bong Dhaget solo encontremos cadáveres. La sed mata rápidamente, mis buenos amigos.
¿Qué le importaba a él aquello? Como si alguien hubiese partido Edem en dos. Con que al final del trabajo cobrase, el resto de daba igual. Además, aquello tal vez mandase a más gente a inspeccionar esa zona, y le proporcionaría un nuevo encargo, y su consecuente pago. ¿Qué podía tener de malo algo que le daba dinero?
-          A… yuda… - desde abajo escucharon una voz hueca, lenta.
< ¡Ni hablar! ¡Nada de polizones!> Lo que vio no era lo que esperaba. Semienterrado, junto a una de las patas del Lefentauren, había una estatua. Esta tenía forma humana, o al meno la silueta aunque era mucho mas basta y era considerablemente más grande. Estaba enterrada de modo que solo sobresalía de pecho para arriba. Su rostro estaba tallado en una expresión serena, aunque inquietante. El brazo derecho de la estatua hacia sido cortado bajo el hombro. Un corte limpio en la dura roca, eso era difícil de hacer, pero es lo que esta presentaba. Sobre su gran brazo izquierdo descansaba recostado un niño, al cual apoyaba sobre su pecho. El niño iba vestido con harapos raidos, y llevaba un cinturón lleno de saquitos. Tenía los pies encadenados, descalzos y sucios. Su pelo era completamente blanco, como el de un anciano. Parecía dormido.
-          A… yu… da…
No. No era una estatua. Era un golem. Sus ojos emitían un brillo muy débil, pero ahí estaba. No parecía estar en perfecta condiciones, pero aun así era un golem. Y los golems eran increíblemente caros.
-          Kobra, baja a ver que quiere nuestro querido amigo.

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